No pude evitarlo. Durante una semana entera me dediqué a buscar aquellas bases que supuestamente habrían servido de apoyo a los Nazis en la zona de San Carlos de Bariloche.
También, literalmente, me sumergí en creencias inverosímiles para intentar encontrar el eslabón perdido de la verdad (o en su defecto la siempre mentira detrás de bambalinas).
La idea -o hipótesis- de la llegada de Adolf Hitler a estas regiones luego de la desastrosa caída del III Reich no es algo que deberíamos dejar pasar desapercibido.
Porque se sabe que hay varios relatos en cuanto a la historia de su muerte que no concuerdan.
Y en efecto, al analizar las falencias, junto con la llegada masiva de submarinos a las costas argentinas en la década en cuestión, la posibilidad bien tajante se hace sonar sola.
Y es que tantos Jerarcas emigraron a Sudamérica que me cuesta creer que el mismísimo líder no haya tomado el mismo derrotero.
Ahora bien. Sea o no cierta la teoría de que Adolf Hitler arribó a las gélidas zonas de la Patagonia, de lo que no hay duda es que hubo y hay asentamientos alemanes y nazis en toda la región. En especial en la cuna del nazismo: San Carlos de Bariloche.
En su libro “Guía turística de los nazis en Bariloche” Abel Basty nos relata aquellos insospechados parajes por los cuales peregrinó la “descendencia” nazi en sus últimos días. Llegando a asentar reales bases en importantes lugares de Bariloche.
Y dejando tumbas atípicas como muestra del paso alemán por esta zona.
Me siento predispuesto a relatar dos de aquellas edificaciones que supuestamente se atribuyen a los nazis. Y he separado estas dos por su difícil acceso y su elocuente ubicación geográfica: casi imposible acceder a pie, salvo que hagáis lo que hizo quien les relata esto.
Empecemos por señalar que Basty hizo un modesto trabajo de recopilación e investigación, pero es muy deficiente en cuanto a la localización exacta de los lugares.
Pues, habiendo mil y un carteles para señalizarnos el alojamiento de dichas bases, nos guió dicho sea de paso para otro lado.
Pero la perseverancia, querido lector, siempre guía al buscador.
TORRE MALDITA
Demos inicio a la Torre Sarracena o Torre de Bustillo, como comúnmente se la conoce en honor al mejor arquitecto con que contó Bariloche.
Esta torre de estilo medieval está enclavada en un inmejorable paisaje y en un punto estratégico de gran alcance.
Dicen los que la han visto, (y los que la quieren ver) que solamente por embarcación es dable echarle un vistazo.
Por otro lado, la misma torre se encuentra dentro de una propiedad privada, lo que hace más complejo su acceso. Sin contar que el cartel poco amistoso, “Cuidado con el Perro”, le aligera a uno el almuerzo antes de lo debido.
Llegamos (mi compañera en esta nueva aventura, Milena, y servidor) cercano al mediodía. Y tras peinar la zona, preguntando qué autobuses tomar, qué carteles seguir, y perdiéndonos en malezas poco claras, dimos con la indicación correcta.
Y ahora que leo esto que acabo de escribir pienso: tres renglones para definir lo que fue un día de búsquedas y preguntas por doquier (las gentiles militares de la Fuerza Aérea de Bariloche sabrán comprender).
Porque ni bien llegamos a la Península de San Pedro – donde está alojada la Torre medieval – tuvimos que avanzar a pie (no hay colectivos salvo el 22 que sólo funciona rara vez en verano) unos tres kilómetros hasta dar con el cartel de “Área Militar, prohibido su acceso”.
Lo cierto es que, según nos indicaron, viniendo desde el camino donde empieza la Península (es decir, donde el transporte 20 os dejará) en el Ahumadero de la familia Weiss debemos detenernos. No como hicimos nosotros que rondamos en todas direcciones preguntando a aquel bueno de Dios que se nos cruzara en la nada que era aquel lugar.
Una vez llegado a este lugar, donde probaréis algunos manjares de su confección, debéis seguir ascendiendo hasta coronar un cartel grande donde el camino se divide en dos. Pues tomad hacia la izquierda, por un camino pavimentado en parte, y luego de tierra.
La pregunta aquí es ¿donde queda la Torre de Bustillo?
Y los pobladores y residentes –si hay alguno -sabrán responder con la lacónica: al fondo, en propiedad privada.
Creo yo que eran las 15 hs de la tarde cuando nos detuvimos ante la generosa tranquera que nos separaba de aquella inmensa propiedad. Tocamos timbre por algunos minutos (exactamente 30 minutos) y nadie salió a recibirnos.
El silencio de la zona era apabullante, los árboles, gigantescos, parecían instigarnos a la mirada. Y viendo que no pasaba nadie por la zona, pensé en lo que no es recomendable hacer, pero que al fin fue peor lo que luego hice.
Tentando estuve por saltar por el portón. Mi compañera, sin embargo, me aconsejó prudencia, señalándome el cartel de “Perros sueltos”. Y los ladridos no tardaron en hacerse oír. Y con ellos, mi último intento de poder fotografiar la torre se iba por mar.
Pero debía tomarle una foto, me dije. Aunque sea una. Y recorrimos en todas direcciones la región, averiguando en propiedades limítrofes la posibilidad de contemplar cuando menos la silueta de la Torre. Y nada.
Cansados y agotados, un propietario nos salió en auxilio y nos indicó cómo podríamos llegar al lugar y divisar dicha torre desde la costa.
Nos señaló un camino, y nos permitió que ingresáramos en una propiedad privada, aledaña a la suya, en donde “los dueños no estaban”.
Aprovechamos y nos deslizamos por un pronunciado acantilado hasta la costa atiborrada de piedras de origen volcánicos, de todas las formas y grosores y filos y colores.
Avanzamos hasta que el camino pareció tragarse por el lago Nahuel Huapi. Y perdimos el sendero. Retomamos por otro perímetro y nuevamente todo parecía perderse. Fue entonces que nos separamos.
Mi compañera me aguardó aligerándose del peso, y refrescando sus pies al agua. Y quien relata esto decidió escalar una pendiente de rocas agudas, hasta dar con una playa y un muelle desolado.
Recorrí unos dos Km. entre rocas hasta dar con una elevación importante en torno a la cual se erigía una Cruz con un Cristo en las alturas.
A mi derredor el camino se estrechaba hasta desaparecer en el lago. Entonces recordé las sabias palabras de otras personas que vieron la Torre que me advertían que sin embarcación era imposible.
Decepcionado, no me iba a ir sin al menos una foto del Cristo. Y, como un felino, trepé cuán veloz pude una pendiente dificultosa, pensando a cada tramo que la bajada me iba a resultar una asunto empantanoso.
Desde la cruz el viento de las alturas se hizo sentir con más ímpetu. Y vaya uno a saber porqué (dirán que fue el subconsciente, la curiosidad) vi un sendero que me predispuso a seguirlo.
Así llegué a una especie de mirador de estilo medieval que me indicó a las claras que la Torre no podía estar lejos. Y dicho y hecho.
Apenas me acerqué a contemplar aquel mirador espectacular, a mi costado derecho divisé una tremenda construcción pegada a un risco, dominando todo el lago desde las alturas. En efecto, la Torre.
Como un poseso, me vi fotografiando cuantos ángulos me permitía el lugar donde estaba. Y de pronto otro sendero. Y lo seguí. Y al fondo, alzándose desde la pura roca, la Torre en unos de sus perfiles…y también la casa con los dueños de la propiedad, los perros sueltos y los ladridos que me advertían debía retornar lo antes posible a la costa.
Luego de unas tomas, corrí cuan veloz pude hasta llegar al Cristo. Me deslicé como un felino por la pendiente del promontorio hasta dar mis pies en una oquedad en la roca.
Así, lentamente, respirando con sosiego, y sin mirar ni arriba ni por debajo, bajé hasta la costa sudando copiosamente.
Esta torre es prácticamente desconocida por los barilochenses. Y su emplazamiento privilegiado da que pensar. Desde la misma se podía controlar los barcos que llegaban desde Chile, así también los de Bariloche y “hacia la Angostura su rumbo seguía un derrotero diferente que enfilaba hacia el fondo del lago donde estaba Inalco” (El escape de Hitler, Patrick Burnside).
Inalco, que en indígena significa “Cerca del Agua”, habría sido el complejo donde el Furer pasó sus últimos días antes de permanecer hasta su muerte en una estancia en Lago Argentino. Para el que quiera conocer esta propiedad deberá viajar a Villa La Angostura, donde está situada la edificación.
RUINAS LLUVIOSAS
La siguiente aventura me aguardaba en Villa Tacul, a unos 24 Km. del centro de Bariloche.
Según Abel Basty, dicho emplazamiento sirvió de refugio para los nazis como Bunker o base de operaciones.
Y aunque el autor de la “Guía turística nazi…” es sumamente ambiguo para localizar el Bunker, hemos podido hallarlo –tras sendas peripecias, caminando y caminando por medio soto húmedo de la región.
E insistimos, no fue sencillo. Aunque ahora pongamos pelos y señas para que el lector paciente y buscador dé con aquel complejo y saqué sus propias conclusiones al respecto.
Nada es sencillo caminando 15 Km., atravesando sotos húmedos, ascendiendo montañas y, para colmo, trasegando bajo la gélida lluvia de la zona del Llao-Llao.
Dicen que los que hacemos esto estamos medios locos. También dicen que el loco que persiste en su locura puede llegar a ser sabio.
Lo cierto es que a veces es recomendable la prudencia. Y en cualquiera de ambos casos, no recomiendo que sigáis mis pasos. Mejor embarcación.
Mejor un automóvil que los alcance. Mejor eso que los pies.
Pero adelante.
La indicación adecuada es la siguiente: tomarse desde Bariloche un autobús (numero 20) hasta el parque Llao-Llao, allí nomás, donde se alza el tremendo complejo hotelero más famoso de Latinoamérica.
Una vez en la zona, avanzad por un camino cuyo cartel indicativo rezará “puente Romano”, con un dibujo característico.
Son 3,5 Km. hasta llegar a Villa Tacul. Se transita por dentro del parque municipal de Llao. Y nuevamente, cuando veáis un Cristo como señal indisputable del camino a seguir, no avancéis por el camino al Lago Escondido, ni por aquel sendero a los Árboles de Arrayanes, los más exóticos y únicos del mundo. No.
Seguid la ruta por donde pasan los autos –si es que pasan. Y tened cuidado con las curvas. Algunos pasan de largo y es mejor estar atento.
Bien. Una vez en la entrada a Tacul, cuyo cartel os lo indicara, caminad unos 1500 mts, hasta un cartel que dice “fogón” – cuya dirección os señalara a donde continuar.
No hagáis como nosotros que seguimos la indicación de Basty y llegamos al lago y de ahí peregrinamos de un lado a otro en busca de lo inexistente. No. Seguid la indicación mencionada hasta avanzar unos 1000 mts o más donde os toparéis con unos carteles verdes que indican “C° Llao Llao” y “Villa de Bariloche”, pues no toméis por ahí.
El camino sigue pendiente abajo hasta desembocar en un bosque precioso que debemos atravesar para llegar al bendito Bunker abandonado.
Aquellas ruinas son altamente singulares.
Y lo comprobamos ni bien me introduje dentro de las mismas. Amen de estar en un lugar desolado (que mucho más lo habría estado en la década del 40), las ruinas, semiocultas por el bosque de un lado y por altos pinos por otro (el lado del lago), creo yo, la hace presentable a las características de una base militar.
Y es que allí en lo alto, lejos, mirando a dos importantes brazos del lago y camuflada por arbustos es bien curiosa la construcción. Más aún porque su estructura de piedra se mimetiza con la propia piedra del promontorio.
El diseño es altamente significativo. Todo cuadrado. Una base perfecta. Con sótano y todo. Supuestamente sin vidrios (a menos que los hayan removidos cuando la derrumbaron con explosivos) ideal para que una vista furtiva desde las alturas no fuera delatada por embarcaciones enemigas que vieran un reflejo solar.
Además, las paredes son demasiado gruesas y rompen el diseño de las construcciones de la región.
Y si a esto le agregamos la documentación importante divulgada por varios medios dando cuentas de que en la época el trajín nazi estaba al orden del día, las deducciones se encaminan en una sola dirección.
Según la investigación de Basty no existen planos de la edificación. Hay un secreto en torno que se mantiene inalterable, perpetuado por políticas y gobiernos. Pero, dicen los pobladores antiguos de Bariloche, aquel fue un sitio de peregrinaje nazi.
Y también un antiguo restaurante…
Sí.
Aunque parezca increíble, cuando estuvimos por la región y preguntamos por las ruinas, algunas personas nos dijeron que había sido un antiguo restaurante.
Y es probable. Porque sospecho mucho del libro de Basty y el de Patrick Bursine, ambos seguramente escritos por diversos intereses donde la verdad, como siempre, poco importa.
Pero quien se quiera dar una vuelta y comprobar a lo que me refiero, aquí lo tiene. Al menos una de las construcciones supuestamente atribuidas a los nazis.
Visitar estos sitios nos demandó una jornada completa para cada uno. Y nos costó mucho más. Quebraderos de cabeza, dolores musculares que no se describen, y más de un susto en el camino.
Hemos aligerado el peso para aquel sincero buscador de curiosidades, señalando un camino que a nosotros nos fue negado.
¿QUE PIENSO VERDADERAMENTE DE ESTAS CONSTRUCCIONES?
Pues que haya sido en una época refugio de nazis no lo veo sorprendente. Que Latinoamérica fue antro de jerarcas nazis, como dije, no es noticia nueva.
Es posible que al menos una de estas construcciones haya sido utilizada entonces por ex refugiados alemanes.
Pero así y todo, lo que es indiscutible que hoy por hoy, solamente forman parte de la idiosincrasia del lugar y sirven como modernas referencias turísticas para los que buscan un tours fuera de lo establecido por las agencias de turismo.
Sólo por el paisaje, y esa soledad, vale la pena.
Está artículo, fue publicado originalmente en Rumbo La Rosa de los Vientos, gracias a la gestión de mi buen amigo Jesús Callejo.