Suele pensarse que los magos únicamente servimos para entretener. Para llenar ese espacio de ocio de nuestras vidas. En especial, en las fiestas, casamientos, y demás.
Pero no. Como bien demostró James Randi, los ilusionistas también ayudamos al progreso científico y/o humano.
Aportamos nuestro grano de arena cuando demistificamos fraudes, falsos gurúes, y tantos otros especuladores de la vulnerabilidad humana de creer; cuando usamos la ciencia para lograr prodigios sólo soñados.
Y en esta carrera escéptica- que no es carrera, pero parece tal, ya que hoy escribo en contra de un misterio, mañana sale otro nuevo, basado en la misma especulación pero con diferente origen, y parece algo de no acabar jamás – los magos o ilusionistas contribuimos al análisis crítico. Porque sabemos que todo se puede lograr. Incluso los milagros.
En Buenos Aires, en el año 1993, una vidente conocida como Profesora Giménez, cincuentona y gitana, publicaba varios avisos ofreciendo su ayuda "sobrenatural".
Se autoavalaba por facultades ficticias, por asociaciones de parapsicólogos (que son algo así como asociaciones de timadores que venden títulos de cómo timar).
La clarividente, desde luego, pedía dinero por sus contribuciones a los afectados que recurrían a ella.
Y ¿qué hacía? En presencia de testigos la vidente quemaba el dinero so pretexto de que el dinero era el responsable de las desdichas ajenas.
Pero se la denunció. No todos se creyeron su cuento espiritual. Y fue así que entraron en escena los magos Enrique Carpinetti (Alias “Kartis”) y Enrique Márquez.
Gracias a estos hombres – y al providencial Fiscal General de la Nación, Dr Norberto Quantín, mago aficionado – se demostró sencillamente el truco que empleaba la adivina para quedarse con el dinero que jamás se quemaba.
Fue condenada a dos años de prisión por estafas reiteradas. Aquel fue el primer caso en argentina en que se usó los “poderes” de los magos contra los videntes: peritos en un caso judicial.
Pero claro, no olvidemos que los magos no tenemos poderes. Sólo conjuramos uno siempre: la capacidad de observación. Que, aunado, viene el rigor crítico.
Pero no. Como bien demostró James Randi, los ilusionistas también ayudamos al progreso científico y/o humano.
Aportamos nuestro grano de arena cuando demistificamos fraudes, falsos gurúes, y tantos otros especuladores de la vulnerabilidad humana de creer; cuando usamos la ciencia para lograr prodigios sólo soñados.
Y en esta carrera escéptica- que no es carrera, pero parece tal, ya que hoy escribo en contra de un misterio, mañana sale otro nuevo, basado en la misma especulación pero con diferente origen, y parece algo de no acabar jamás – los magos o ilusionistas contribuimos al análisis crítico. Porque sabemos que todo se puede lograr. Incluso los milagros.
En Buenos Aires, en el año 1993, una vidente conocida como Profesora Giménez, cincuentona y gitana, publicaba varios avisos ofreciendo su ayuda "sobrenatural".
Se autoavalaba por facultades ficticias, por asociaciones de parapsicólogos (que son algo así como asociaciones de timadores que venden títulos de cómo timar).
La clarividente, desde luego, pedía dinero por sus contribuciones a los afectados que recurrían a ella.
Y ¿qué hacía? En presencia de testigos la vidente quemaba el dinero so pretexto de que el dinero era el responsable de las desdichas ajenas.
Pero se la denunció. No todos se creyeron su cuento espiritual. Y fue así que entraron en escena los magos Enrique Carpinetti (Alias “Kartis”) y Enrique Márquez.
Gracias a estos hombres – y al providencial Fiscal General de la Nación, Dr Norberto Quantín, mago aficionado – se demostró sencillamente el truco que empleaba la adivina para quedarse con el dinero que jamás se quemaba.
Fue condenada a dos años de prisión por estafas reiteradas. Aquel fue el primer caso en argentina en que se usó los “poderes” de los magos contra los videntes: peritos en un caso judicial.
Pero claro, no olvidemos que los magos no tenemos poderes. Sólo conjuramos uno siempre: la capacidad de observación. Que, aunado, viene el rigor crítico.