La mujer vampiro de Recoleta

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Eran las diez de la noche y esperaba de pie en medio del parque de Recoleta, con el cementerio a unos metros fosforesciendo en la noche. Nadie me esperaba, ni había congeniado con amigos (de los escasos que tengo), pero ahí estaba esperando resolver un misterio. Mientras chupaba frío, me preguntaba a mí mismo ¿Por qué? ¿Qué hago aquí? Si ya he visto que todo es un enorme fraude, un engaño deliberado o bien un autoengaño. 
 
En la mayoría de los casos en que no hay fraude ni autoengaño se trata de una explicación natural que no se había considerado. Las leyendas suelen ser eso, aunque de base exista una realidad adulterada para que tome la forma de leyenda. ¿Qué hago con las manos ateridas enterradas en los bolsillos en esta noche de invierno donde el común de la gente sale a pasear, visita boliches para emborracharse y seducir mujeres, o se va a cenar románticamente con la novia? Estoy esperando a la conocida como la mujer vampiro de Recoleta, un mito urbano siniestro con un final, según más tarde averiguaría, bastante trágico. 
 
No dejo de pensar en Muriendo en Bangkok de Dan Simmons mientras la medianoche se acerca y no hay rastro de nadie con las descripciones que me han pasado. Según he averiguado, la mujer se presenta en la noche y se pasea muy bien emperifollada por la zona de parques de Recoleta, cerca de donde está la Biblioteca Nacional, y ahí mismo seduce a los hombres que salen o están por entrar a los boliches. Les hace un gesto insinuador y basta para cautivarlos. El resto lo hace su estupendo físico muy bien modelado. Los que sucumben a sus encantos son presas de sus designios. Les ofrece una noche de sexo fuerte y sin límites: a cambio deben proveerle, al final, sangre de sus cuerpos. 
 

 
 
Deben dejarla lamer una herida que ella misma infringe con un bisturí. Esta leyenda me la relató hace años atrás el hermano de una amiga del barrio de Floresta. Me dijo que él casi sucumbe a la mujer vampiro, pero que no lo hizo porque la mujer era demasiado atractiva para no esconder algo macabro, y eso le dio desconfianza. Como dice el refrán, “cuando la limosna es grande hasta el santo desconfía”. 
 
En la noche decidí averiguar sobre la leyenda urbana. Porque soy un insoportable busca leyendas, un cazador de misterios. Y decido llenar el sentido de mi vida con estas cosas que le dan luz, significado, y evitan que mis días sean como un día de domingo. En varios kioscos y puestos de diario consulté sobre la leyenda. Obtuve en uno solo esta respuesta: 
 
Puede ser que sea, me parece haber oído algo. Ahora si la vi… jamás la he visto y te digo que hace años laburo acá en la zona”. 
 
Decidí probar fortuna en un bar restaurante en la esquina opuesta al Cementerio de Recoleta. Es un lugar donde, me aseguraron, las escorts de la zona suelen pasar y tomar algo antes de hacer la calle o volver a sus departamentos privados. Una especie de Café Orleans de microcentro donde pululan las meretrices más destacadas . Pedí un Earl Grey y unas medialunas. En verdad hacía frío y debía reponerme de la espera. Mientras me servía el mozo le pregunté sobre el mito urbano. Me miró con una sonrisa ladeada, y sin perder la seriedad me dijo que podía ser, que seguro era una prostituta que trabajaba por el parque. 
 
Me puse a tomar notas y dos meretrices ingresaron al establecimiento observandome sonrientes. Las miré fijamente, y luego continué escribiendo. Se sentaron a conversar entre ellas, a unos metros de donde estaba, justo frente a mí, sin dejar de mirarme seductoramente. 
 
Al rato, salía del bar frotándome las manos y peregrinando otra vez por la zona donde, según mis registros, se dejaba ver la mujer vampiro. Dos cabelleras rubias se alzaron por el cristal de la ventana, siguiendo mis pasos mientras me internaba por la zona de mayor vegetación. 
 
Recoleta tiene innumerables esculturas. Eso siempre me ha gustado. Esconde un aire antiguo que parece pervivir al paso de los tiempos. El aire francés de la arquitectura se hace notar por todas partes. Caminé por la mal llamada Plaza Francia un par de metros, me apoyé contra un árbol y observé a mi alrededor. Ya había pasado la medianoche. Estaba convencido que no vería a ninguna mujer vampiro ni siquiera a una escort callejera con este endemoniado frío que se había alzado. Y cuando giraba dispuesto a parar un taxi y regresar al calor de mi hogar, donde ya se perfilaba una ducha caliente y una copa de brandy, vi a lo lejos, de soslayo, una silueta paseándose lentamente por los límites de la plaza Intendente Alvear. 
 
Caminé en su dirección, mirando fijamente los movimientos extraños de la figura. A metros de la mujer, comprobé que se trataba de una meretriz. Algo en la forma de moverse y mirarme lo dejó establecido sin lugar a dudas. Vestía un traje de color púrpura que le llegaba hasta los tobillos y le calzaba ceñido a su cuerpo, dejando su voluptuosa y generosa anatomía presentarse sin problemas. Su cabello era lacio y castaño oscuro. Había algo en sus ojos que me llamó la atención e hizo que me acercara un poco más. Pude notar que sus escleróticas eran totalmente oscuras. No había sentimiento de amenaza en su presencia, sino todo lo contrario. Por eso no dudé en increparla: 
 
“Buenas lentillas, ¿Dónde las compraste?, Estudié Efectos Especiales hace años”. 
 
Le sonreí y ella me devolvió la sonrisa sin articular una palabra. En cambio, se acercó y me miró directo a los ojos, como estudiándome, a la vez que su mano se deslizaba por mi brazo y se asentaba en mi cintura. Era mucho más alta que quien esto escribe, y en su proximidad podía oler el aroma de un perfume dulce muy agradable. Su rostro era pálido, pero imaginé que se debía a un elaborado maquillaje. Los labios eran tan rojos que parecían despellejados y brillantes de sangre. 
 
“¿Cómo es tu servicio?”, le dije, para romper definitivamente el hielo. Sonrió misteriosamente antes de hablarme. 
 
“No es convencional”, dijo. “Si buscas eso tienes innumerables chicas bordeando el cementerio que pueden llevarte a sus departamentos privados o algún hotel alojamiento. Lo que te propongo es algo de mayor nivel, es una nueva y única experiencia”. 
 
“¿Qué es?”, insistí. 
 
“Es llevarte a niveles elevados de placer donde el orgasmo puede prolongarse durante minutos enteros e ingresas en una fase de éxtasis nueva. Te puedo garantizar que es algo totalmente diferente a lo que en cuanto a sexo habías experimentado hasta ahora." 
 
“Suena interesante. ¿Y cuánto sale este servicio?.”, dije e inhalé el perfume que brotaba de sus cabellos. 
 
“No es un servicio, debe quedarte claro que es un intercambio. Lo que vale es lo que llevas dentro tuyo. Yo cobro en gotas de sangre." 
 
Cobrar en gotas de sangre. Sí, había oído bien a la mujer. 
 
“¿Me decís que debo dejarte pincharme el brazo para que acceda a esos maravillosos placeres que me prometes?. Te pregunto algo ¿Vos sos la famosa mujer vampiro?". 
 
Sonrió enigmática. Pasaron unos segundos interminables. Luego, prorrumpió con su acento caribeño. 
 
“Así es. Quizá lo sea.” 
 
Al instante me vinieron a la mente las imágenes de ectoparásitos hematófagos alimentándose de sangre, de mi sangre. Las enfermedades que transmiten. 
 
“¿Y no te da miedo contagiarte algo de mi sangre?”. 
 
“No, para nada”, dijo y esbozó otra sonrisa. Sus dientes eran muy blancos. 
 
“Bueno, si no te da miedo a vos, a mi sí, porque si no te da miedo, habiendo tantas enfermedades en el mundo, es que ya estás sentenciada y te da todo igual para sacarle sangre a un desconocido” 
 
Su rostro se nubló, la vi separarse de mí, soltó su mano de uñas rojas. Giró y me dio la espalda y siguió caminando lentamente por la plaza. Me despedí, pero no se inmutó. Había rota la magia. A lo lejos ya había dos hombres parapetados detrás de unos árboles esperando su turno para, seguramente, efectuar sus propuestas sexuales. 
 
Pasaron meses desde que tuve aquel encontronazo. Me preguntaba una y otra vez por qué no acepté su propuesta para ver hasta dónde me conducía mi curiosidad. Pero había algo, una especie de intuición, que me decía que no debía cruzar ciertos límites. Que, a fin de cuentas, la curiosidad mató al gato. Porque había regiones que una vez que las cruzas no tienes asegurado el retorno. Para mi sorpresa, ningún amigo periodista conocía este mito. No había oído jamás hablar de la mujer vampiro de Recoleta. Sólo conocían a la mujer vampiro tatuada de la serie Tabú, María José Cristerna
 
Fue entonces, cuando estaba por darle carpetazo final a esta historia, reservarla como una simple anécdota, que me llegó el testimonio por email de una persona que había atravesado una amarga experiencia relacionada con la mujer vampiro. El contacto se lo debo a un amigo periodista que trabaja en CN5. Reservaré su identidad real por motivos que comprenderá el lector cuando lea lo que me escribió a continuación. Y con esto, cierro esta investigación. 
 

 
“Estimado Jarré, Me llamo XXXXXX y vivo justo enfrente del cementerio de Recoleta. Vivo solo, no tengo familia, y tampoco mujer. Trabajo mucho tiempo. Todo lo dedico al trabajo, sin tiempo para otra cosa. Por eso en las noches cuando el aburrimiento se cierne sobre mi, aprovechó y espío con un telescopio las casas vecinas, los edificios, y las calles que se vacían con el paso de las horas. No sabes las cosas que he visto. Es para un libro. Una de esas noches, me acuerdo era un viernes, observaba con mi telescopio y vi una hermosa mujer de pie en medio de la plaza XXXX. Me pareció raro que estuviera sola a esa hora y tan bien vestida, así que supuse era un gato, o sea, una prostituta. Reconozco que ese día estaba con ganas de tener una aventura, hacía tiempo que no le prestaba una atención a mi cuerpo. La observé un buen rato, vi que se le acercaban hombres y hablaban, pero ninguno iba con ella. Debe ser carísima, me dije. Viendo su cuerpo tan bien delineado imaginaba que cobraría más de mil pesos la hora de sexo. Fui a la habitación, busqué del pantalón la billetera y conté cuanto tenía. Llegaba a pagarle lo que pidiera. Me vestí y salí sin pensarlo más. Crucé la calle, y enfilé a la plaza XXX. Allí estaba ella. Viéndola de espaldas, con las nalgas tan bien apretadas, me sentí cachondo. A un palmo de ella me presenté. Cuando giró le vi sus hermosos ojos verdes y su sonrisa sensual. Me dijo que podíamos ir a tener sexo en su casa, que estaba a unos metros, y señaló una construcción con estilo francés que me pareció muy antigua. Fuimos a su casa, un lugar que parecía al borde de la demolición y más bien un lugar de okupas. Lo que más me llamó la atención fueron las muñecas antiguas que estaban en una repisa. Había poca luz, pero ella fue al grano de una. Se quitó la ropa, la dejó caer al suelo, se acercó a mí y deslizó con pericia el pantalón al piso. Voy a evitarte los detalles que ya imaginarás, tuve un orgasmo colosal como jamás tuve en mi vida, llegué al clímax de una forma atípica que consistió en pequeños mordiscos en el glande y en los testículos. Cuando estaba relajado en el piso de madera, sobre una alfombra de pieles, ella se puso de pie y le vi el cuerpo delineado perfecto a contra luz de la única lamparita de pocos wats que había en la habitación, en una esquina. Giró y ahí noté que sus ojos eran diferentes. Parecían todos oscuros. Se acercó, me agarró el pene, y mientras me lamía me dijo en un susurro: “ahora vas a tener que pagarme”. Pensé en mi billetera e instintivamente miré donde había dejado mi pantalón. Ella interceptó la mirada y me dijo que quería otra cosa. Voy a ser claro en algo, no sé que sucedió, si fue el orgasmo tan intenso que me dio, la forma en que me tenía totalmente seducido, el aroma de su piel o la forma de proporcionarme las caricias. Quizá era que hacía mucho tiempo no estaba con una mujer, la cuestión es que acepté darle mi sangre. Estaba en verdad embobado, y ella me prometía otro orgasmo todavía más intenso. Tomó una especie de bisturí y la vi que lo pasaba delicadamente por la palma de la mano abriendo un reguero de sangre a su paso. Se agachó y comenzó a lamer la herida y a gemir mientras lo hacía. La escena me volvía loco, había vuelto a alcanzar una erección considerable y ella me lamía la sangre a la vez y se frotaba con las piernas encima de mi pene. Como sea, me dejé hacer varios cortes. Estaba fuera de mi, como mareado del placer. Recién al otro día me daría cuenta cuantos cortes me hizo, quedé hecho una piltrafa. Entonces vi que agarraba mi mano ensangrentada y se la pasaba por el pubis y me incitaba a tocarle el clítoris. Lo hice sin pensarlo, como una marioneta suya. Y cuando la mojé bastante de mi sangre, ella se montó encima mío y, tomando diestramente mi pene, lo introdujo en su sexo. Empezó a batirse encima mío, lamiendo a la vez mis dos manos y antebrazos, presa de una lujuria que hacía que me invadiera a mí también. No percibía el peligro de lo que estaba llevando a cabo, la escena de la sangre, el sexo sin protección – no estaba penetrándola con preservativo. Entonces comenzó a moverse más y más rápido, y en un momento era tan veloz su movimiento que no podía creerlo. Y para cuando me di cuenta era demasiado tarde, se escuchó como un chasquido, y de golpe todo empezó a humedecerse entre mis piernas. Eso rompió el hechizo un instante, pero ella no me dejó salir del encantamiento y siguió cabalgando encima mío a toda máquina. Cuando acabé lo hice de nuevo con un intenso y poderoso orgasmo que recorrió cada fibra de mi cuerpo. Parecía que no se iba más. Era indescriptible. Y entonces ahí el encantamiento se acabó. Salí de dentro de ella, y comprobé el desastre. La sangre manaba abundante de su vagina, había empapado mis piernas y su pubis era de un color escarlata. Ella me miró con una sonrisa, pasó su mano por su sexo y la llevó a la boca lamiéndola. 
 
- Es la regla, nada más – dijo y echó una carcajada. Pero yo estaba muy serio y sabía que había hecho algo gravísimo. Desesperado, me vestí y salí volando de aquella casona. Ella me miró divertida mientras me cambiaba, y mis nervios crecían a cada instante. Le dije “Vos no tenés problema que te haya acabado dentro con el periodo, pero yo sí”. 
 
“No”, dijo con cierto deje de ironía. Y se recostó desnuda abriendo más sus piernas. Fui a un centro médico de urgencias, y me sometí a un cóctel de medicamentos anti infecciones, los mismos que usan en casos de mujeres violadas. Les dije incluso que lo había sido, porque de otro modo no me habrían suministrado ninguna pastilla. 
 
Me examinaron el recto, me auscultaron cada parte de mi anatomía (había dejado el pantalón manchado de sangre y les dije que no era mía, sino del violador, que no sabía) Me aconsejaron me hiciera fuera del periodo ventana un examen de HIV. Pasé meses deprimido, asumiendo que estaba enfermo, que me iba a morir. Me recriminaba en la soledad de mi casa esa estúpida aventura. El telescopio lo tiré bien lejos, nunca más quise ver por las ventanas. Entonces llegó la fecha del examen y dio mal, muy mal. Estuve a punto de escribir esta historia en un foro de sexo en Internet, pero no lo hice. Porque ya me da todo igual. Muchas noches pienso en matarme, pero no lo hago. Prefiero esperar a morir cuando deba hacerlo. Pero habrás visto cómo son las casualidades, el amigo en común que tenemos me comentó que estabas por meterte a investigar eso de la mujer vampiro, no sé si es la que vos viste, pero por lo que contás debe serlo porque esta que conocí era adicta a la sangre y se paseaba por Recoleta. Ahora ya sabes mi historia, te aconsejo que te alejes o la denuncies, algo que yo no tuve el valor de hacer jamás.” 
 
 
Vampiros genuinos no hay en esta historia. Pero sí, un ansia de sangre que conlleva un peligro auténtico para los que sucumban de nuevo a esta mujer. Esta historia es opuesta a la de Dan Simmons. El enfermo es el vampiro, y no su víctima, aunque se necesite de cierta oscuridad para recurrir a un servicio de prostitución. 
 
Les dejo al respecto el caso del vampiro de la ventana, en un video que armé para la ocasión, solo disponible en esta web (no está listado en Youtube):
 


 

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