Hay personas que son capaces de todo para desafiar el tiempo y el final inevitable de la muerte. Nosotros, los alquimistas, somos un grupo. Luego, los hay quienes tienen tanto apego al cuerpo, como receptáculo de lo que fuimos, que son capaces de preservarlo al mejor estilo egipcio. Esta es la historia del japonés que logró conceder la inmortalidad a su amada tras la muerte.
Allá por el año 1919 llegó a argentina un sabio japonés de nombre Katsusaburo Miyamoto. Medico, veterinario, botánico, había sido contratado por el Ministerio de Agricultura para trabajar en el Instituto Bacteriológico.
Miyamoto saltó a la fama por haber salvado, en su faceta de botánico, al pino de San Lorenzo, emblemático árbol donde el general José de San Martin redactó su legendaria carta de la victoria. El árbol había sido infectado por un microbio y todo tratamiento para curarlo había resultado infructuoso.
Pero el sabio japonés metió manos en el asunto y lo sanó.
Y si pudo salvar de la muerte a un árbol, no así lo logró con su esposa, Carmelita América Colombo, quien tuvo un derrame cerebral y falleció.
El sabio quedó conmocionado. Estaba perdidamente enamorado de su esposa. Ni todos sus conocimientos pudieron evitar lo irremediable. Y si no pudo evitarlo, al menos iba a conservarla con él para siempre.
Hasta que su propia muerte los separase. Decidió infringir las normas éticas y municipales y quedarse con el cadáver un buen tiempo. Como había descubierto una técnica secreta para embalsamar, conservando una apariencia increíble toda criatura que era tocada por dicha técnica, decidió utilizarlo con su esposa. Entre sus últimos deseos le había pedido que lo hiciera y Miyamoto no iba a oponerse a ello.
LA TECNICA Y EL DESCUBRIMIENTO
Katsusaburo Miyamoto era un sabio y un alquimista a un tiempo. Durante más de un cuarto de siglo había estudiado e investigado la manera de aislar la hormona de auxesina bajo la forma de una piedra, capaz de acelerar el crecimiento de las plantas una diez veces.
Fueron muchísimas las instituciones que intentaron tentarlo para que vendiera su invento, lo que lo habría convertido en millonario. Pero el sabio japonés no lo quería. Prefería guardarlo herméticamente aquel conocimiento.
Su pasión era esta clase de estudios y su mujer a la que dedicaba toda su atención y cariño. El dinero no le interesaba. Cuando fallece Carmelita en 1959 muchos pensaron que Miyamoto no iba a resistirlo. Era sabido el amor que le profesaba a su señora, y aquella pérdida era irreparable y lo iba a destrozar.
El sabio se encerró en su casona de la calle Buenos Aires al 1507.
Todos pensaron lo peor. Sin embargo, lo que hizo fue darle la eternidad a su esposa. En efecto, inició un proceso de embalsamamiento que constituiría un milagro científico: conservar su cuerpo sin extraer las vísceras.
Un imposible para la ciencia.
Pues la putrefacción sería algo inevitable con los órganos internos; por eso todo proceso tiene por fin sacarlos (salvo las momias japonesas). Jamás su secreto fue revelado. Nadie lo sabe. Solo se tienen sospechas de que inyectó ácidos y sales al cadáver de la mujer. Con paciencia y esmero, envolvió el cuerpo con paños mojados mientras a cada cabello lo iba eternizando con un compuesto químico secreto. Y así quedaría:
EL FINAL DE ESTA HISTORIA
Katsusaburo Miyamoto mantuvo durante años el secreto de la conservación de su mujer. En 1967 tuvo que viajar a Tokio por asuntos familiares. Y dejó, como era de esperar, el cadáver de su esposa embalsamado.
Pero a medida que pasó el tiempo se dio cuenta Miyamoto que debía permanecer más tiempo en Japón, y pidió , mediante el consultado, el envío del cuerpo de su amada mujer.
Nunca le dieron atención al pedido. Y en 1970 Katsusaburo Miyamoto fallece cansado y dolorido, alejado de su esposa.
LA PRUEBA DEL SABIO
En el Museo de Anatomía de la Facultad de Ciencias Médicas de Rosario se exhibe el cuerpo petrificado de Carmelita Colombo. Pueden ver las imágenes que he incluido de ella. Y aunque puede resultar algo cruenta y expuesta en su desnudez, llama la atención como ha permanecido ajena al tiempo y su desgaste.
Es la evidencia de que la ciencia a veces puede ayudar en el amor. Y a veces, darnos la inmortalidad. Aunque sea de esta manera.