La búsqueda de alquimistas inmortales ha sido una de mis más fervorosos caprichos. Muchos he conocido que se jactaron de tener más años de los habituales. Y sin embargo, ninguno me presentó una prueba contundente.
Lograr el Elixir secreto es una facultad que ciertamente permitiría a una persona ser muy muy longeva.
Y esa posibilidad, cuando no, se trasladó a un mito que dos cazadores de mitos, conocidos como Guillermo Barrantes y Victor Coviello rastrearon hasta un barrio de Buenos Aires, conocido como Mataderos.
Según cuentan en su libro (Buenos Aires es leyenda), el alquimista suele invitar a un buen mate que te permite vivir muchos años sin enfermedades.
LA HISTORIA DE MATADEROS
Los mataderos que había en el barrio de Parque Patricios, a finales del siglo XIX, tuvieron que ser trasladados por un desborde del Riachuelo. Se escogió un lugar alejado de la ciudad, en lo que sería los bajos fondos del barrio de Flores.
“El lugar es el Finis Terrae; después de allí comienza el reinado de la nada”, describía el periodista Soiza Reilly.
La zona se conoció enseguida como Nueva Chicago.
La empresa constructora que montó todo le bautizó con este nombre en honor a la ciudad gringa que permitió que los ingenieros argentinos pudieran trabar conocimiento de como era el método de matanza y comercio de carnes vacunas.
Como abrevaron todo el conocimiento de estas tierras americanas, les pareció adecuado llamar al barrio de esta manera.
Sin embargo, poco le duraría este nombre.
Por más que no lo quisieran, el nombre de la especialidad se fue imponiendo al barrio: Mataderos.
Después de todo era eso: un centro para matar animales sin piedad.
Al poco, los extraños rituales comenzaron a imponerse en los corrales de matanza bovina: la costumbre rara de beber una copa de sangre de ganado recién degollado. Decían que podía curar todo tipo de enfermedad y alargar la vida.
Quizá, lo impuso algún entusiasta de los relatos de Erzsébet Báthory.
Sucede que las carnicerías allí no eran cosa a la ligera. Un cronista de la época lo describe muy bien :
“Los matarifes se sentaban o acostaban en el suelo junto a los postes del corral, y fumaban cigarros; mientras, el ganado, sin metáfora, esperaba que sonase la última hora de su existencia; pues así que tocaba el reloj de la Recoleta, todos los hombres saltaban a caballo, las tranqueras de todos los bretes se abrían y, en poquísimos segundos, se producía una escena de confusión aparente, imposible de describir. Cada uno tenía un novillo salvaje en la punta del lazo; algunos de estos animales huían de los caballos y otros los atropellaban; muchos bramaban, algunos eran desjarretados y corrían con los muñones; otros eran degollados y desollados…Estuve más de una vez en medio de este espectáculos salvaje y algunas veces, realmente, me vi obligado a salvar, galopando, mi vida”.
En los primeros tiempos del matadero se practicaba este tipo de matanzas, y era obvio, pues, que el barrio recibiera el nombre de Mataderos.
La sangre terminaba en un arroyo conocido como Cildáñez que, actualmente, está entubado, y el cual en aquellos días se teñía de rojo, motivo por el cual los pobladores le pusieron de nombre “Arroyo de Sangre”.
Según cuentan algunos archivos bibliográficos, mucha gente, persuadida de que en la sangre había alguna suerte de elixir, se lanzaba a nadar en dicho arroyo e inclusive a beber de sus orillas.
Poco a poco las matanzas fueron mermando. Al menos estas crueles matanzas.
Y se trasladó en 1929 la muerte de animales a los grandes Frigoríficos.
Una de las teorías afirma que el mito del alquimista se gestó por esa fascinación con la sangre y con la vida eterna.
He aqui la investigación del caso: click aquí.