Hemingway y la muerte como escapatoria a la vida

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Luego de leer algunas cuantas biografías no me quedan dudas: los buenos escritores, los que dejan un legado inmortal en la historia, son los preocupados por temas existenciales, en especial, obsesionados con la vida y la muerte. 

Uno de ellos fue Tolstoi (del cual ya hablamos) Otro, Goethe. Y ahora veamos a Ernest Miller Hemingway. 

Hemingway representó para su época la imagen del héroe, del macho viril que se atrevía a todo, a la vez que el intelectual y gran creador de obras inmortales como “Por quien doblan las campanas” y “El viejo y el mar”. Hombre de aventura, viajero incansable, a lo largo de su vida estuvo interesado exageradamente por la muerte, la melancolía y las mujeres. Su coraje, en la guerra, era algo muy conocido. 

En un episodio vivido en una batalla, una bomba detonada hizo volar esquirlas de metal por todos lados, impactando en su cuerpo, incluido en sus testículos. No obstante, avanzó cargando a un hombre a cuestas durante 50 metros hasta que una ametralladora le destrozó la pierna. Cayó, pero siguió cargando a aquel hombre un trayecto de 100 metros antes de caer inconsciente. Tal proeza, en cualquier hombre, sería considerado algo más que heroico. 

Sin embargo, en Hemingway no era así. 

No llegaba a satisfacer esa imagen interna que se había estereotipado a si mismo, inalcanzable; la del superhombre capaz de todo e inmortal, al que nada podía dañar. Esa imagen melló en su carácter de manera considerable al envejecer pues la senectud robó sus ideales de inmortalidad y de perfección humana. 

Como dice el psiquiatra Irvin D Yalom: “No tuvo un modo fácil de congraciarse con la vejez; no existía un lugar para un viejo en el código Hemingway”. 

Por eso comienza a intentar paliar con la vejez a través de mujeres jóvenes. Pero no lo logra. Y ya en la década del 60 su deterioro físico es cada vez más evidente. Se vuelve hipocondríaco. Paranoico. Todo puede matarlo. 

La muerte está muy cerca suyo, demasiado. Las viejas hazañas de valentía ya son parte de otra vida que nunca más volverá. Entonces sucede aquello que le hace dar cuenta que jamás la imagen arquetípica que idealizó para él podrá condecirse con la realidad. La vejez es un puñal a su corazón. Y es por eso que decide, deprimido por la imagen que tiene de si mismo – que no es la idealizada – acabar con su tormento. 

Considera su cuerpo una prisión donde la desesperación se agita llenándolo de culpa y desprecio, consumiendo su mundo interior cual carroñero. Y se suicida de un disparo con una escopeta. 

Al fin y al cabo, quizá lo que hizo fue lo que siempre deseó como podemos ver en la carta que le envió a su padre cuando tenía 20 años: 

 "Y cuanto mejor morir durante el período feliz de la juventud no desilusionada, extinguirse cubierto de luz, que tener tu cuerpo agotado y viejo y las ilusiones hechos añicos" 

Creo que cualquier persona sensata seguiría su ejemplo al volverse viejo, inservible, enfermo y sin poder consigo mismo. 

Es mejor acabar con la agonía que prolongarla, siempre se dice. Mejor eso que cargar a los demás con una molestia y terminar los días en un hogar de ancianos.

En el fondo creo yo que supervaloró su cuerpo y la sexualidad que este invocaba, cuando se vio privado de aquello sucumbió a su propia desolación. No tuvo nunca algo más allá de las apariencias.

¿Usted que opina?

 
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