Recuerdo una chica que conocí que me contó sobre la naturaleza extraña de un sueño que, noche tras noche se repetía: veía simplemente a un hombre paseando a su perro en la calle. Pasaron así varios días donde el sueño volvía. Una tarde se cruzó con aquel hombre paseando el perro. Era el mismo hombre de sus sueños, y el mismo perro. Se quedó estupefacta. Calló, y siguió caminando. No hubo nada sobrenatural en el encuentro. No le dejaron un mensaje ni nada que alborotase su existencia. Simplemente vio aquello que días atrás ya había vislumbrado en sueños.
Cuando me lo contó, yo intenté encontrarle un sentido trascendente al hombre, al perro, un mensaje cifrado del destino, y en realidad, todo el acto en si estaba hablándome de la delusión del tiempo.
Pensé en Borges cuando dijo: "¿No basta un solo término repetido para desbaratar y confundir la serie del tiempo?".
Este era el término repetido. Haber visto en el pasado un acontecimiento que iba a suceder en el futuro.
Continuando con Borges :
" El tiempo, si podemos intuir esa identidad, es una delusion: la indiferencia e inseparabilidad de un momento de su aparente ayer y otro de su aparente hoy, basta para desintegrarlo"
Ahora, como veremos, había un filósofo que intuyó cuál era la herramienta para la comprensión de este dilema de la eternidad: J.W. Dunne. Dunne sugiere en su libro (Nothing Dies, Un experimento con el tiempo) que ya es nuestra la eternidad. Y que, de hecho, cada vez que dormimos, en nuestros sueños, lo corroboramos.
La explicación que infiere es sencilla: en los sueños, según él, confluyen el pasado y el porvenir.
Y mientras en la vigilia abarcamos sólo una parte del espectro, es en el sueño que nuestra visión es mucho más amplia.
Soñar, para Dunne, sería contemplar todo y coordinarlo en una serie de historias. Un ejemplo bastará para que nos comprendamos: ver en el sueño a la mujer que nos gustó pero con los ojos de la que conoceremos mañana.
Ya Schopenhauer anticipó este hecho y escribió que la vida y los sueños eran hojas de un mismo libro; leerlas en orden es vivir; hojearlas es soñar. Dunne lo que hizo para arribar a semejante conclusión es tomar nota de sus sueños, tener un registro lo más detallado y escrupuloso posible del actuar onírico, y buscar en la realidad concordancias.
Porque en los sueños habría retazos del pasado, el presente y el futuro, imposibles de discernir si no es mediante el escrutinio detallado de la trama onírica apenas nos despertamos. Por eso, recomendaba, conviene tener un cuaderno y un lápiz donde apuntar nuestros sueños apenas abrirnos los ojos.
Dunne, sin embargo, va más lejos que intentar romper la linealidad del tiempo o demostrar que es una ilusión: en su libro propone que sus investigaciones son el primer estudio científico sobre la inmortalidad humana.
No por nada Dunne sostiene que en la muerte aprenderemos el magnífico manejo de la eternidad.
Es curioso que todo el sistema cerebral estimule el "motor" onírico cuando uno se acerca a la muerte, como sugiere ciertos estudios.
Según el centro de hospicio en Buffalo, Nueva York, las personas que mueren tienen muchísima más actividad onírica de lo normal.
Vale la pena le echen un vistazo al libro.
El que no lo consiga, me escribe.
El tiempo lo podríamos imaginar como una película siendo proyectada. Nosotros vemos esa proyección y la vivimos, pero en el carrete de la película está el presente , pasado y futuro de todo el film.
Nosotros podríamos decir que vivimos el presente cuando la película llega a nuestro presente, a eso que esperamos y estamos viviendo, pero el porvenir también está contemplado en la cinta, solo que no lo vemos, todavía no se proyectó, pero está incluido en el carrete.
Es una bella especulación.