Cuando ir a cagar nos revela que moriremos un día

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Probablemente no haya nada más significativo de nuestra transitoriedad que nuestro organismo biológico. A través de los procesos fisiológicos normales de la vida nos acercamos a entender la corrupción de la muerte.

A muchísimas personas, por ejemplo, les desagrada decir que van al retrete a defecar. Quizá, porque asoma la vulnerabilidad humana al despojarnos de nuestras heces y con ello, todas las ideas de inmortalidad se desintegran. Quizá porque la función biológica, de la que dependemos a diario –sea para orinar o defecar – nos anticipa cierto grado de putrefacción aguardándonos. O quizá porque no haya otra forma de asumir nuestra mortalidad que cuando los fluidos de nuestros cuerpos huyen sin que podamos hacer nada para evitarlo.

En este sentido, y por ser breve, quisiera citar el poema de Jorge Luis Borges, titulado, La prueba:

"Del otro lado de la puerta un hombre
deja caer su corrupción. En vano
elevará esta noche una plegaria
a su curioso dios, que es tres, dos , uno,
y se dirá que es inmortal. Ahora
oye la profecía de su muerte
y sabe que es un animal sentado.
Eres, hermano, ese hombre. Agradezcamos
los vermes y el olvido"

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