Los inmortales. Ajenos al tiempo. Fríos y sin conciencia de la muerte. Los ambrotoi, los que se nutren de ambrosía, el elixir de la vida eterna.
¿Cómo pretender, mediante el rezo y la oración, que el inmortal - si existiera - se incline ante el devoto?
¿Cuánta arrogancia se debe tener para considerar que una mera repetición de palabras, fórmulas mágicas para el creyente, conjurarán los misterios del universo que de ahí en más conspirará a favor del suplicante?
El ser humano es un organismo frágil, vulnerable. Estamos expuestos a la destrucción irremediable. Tenemos fecha de vencimiento, y aunque la desconozcamos, es algo seguro y de la que nadie en el mundo se ha visto eximido.
Como diría Savater: “Para un ser humano, cualquier semejante debe llevar escrita en la frente la advertencia: "muy frágil; manéjese con cuidado".”
Pero no. Todo lo contrario. Valoramos la vida humana con tan poca pasión que no pasa una hora en que no haya violencia en el mundo. En el pasado, las cruzadas, repartidoras de sangre, enseñaron lo doloroso que es creer. Los cátaros fueron otro ejemplo de la intolerancia religiosa. El fuego sesgó sus clamores, sus formas de vida.
Ayer releía uno de mis libros favoritos, las Memorias de Giacomo Casanova (en mi opinión, el mejor y más sincero escritor que supo transmitir lo bueno y lo malo en un hombre) y me detenía en su viaje a Madrid, la época en donde la Inquisición todo lo observaba, todo lo juzgaba, todo lo condenaba.
Mencionaba el veneciano que las puertas de las posadas debían permanecer sin cerrojo, dado que era deber de la Inquisición presentarse inopinadamente en cualquier momento para controlar que no hubieran reunidas personas sospechosas de pecados.
A ello, Casanova responde:
“¿De qué puede ser tan curiosa vuestra maldita Santa Inquisición?”
De todo, le responden. En especial, velaban por la integridad del espíritu humano. Nada más ni nada menos. Y ya sabemos lo que usaban si la integridad no era la adecuada: los leños y el fuego.
Para aquella "institución", frágil, es una palabra que no tenía escrito el ser humano en la frente. Sólo leían esta: "pecado"
¿Cómo pretender, mediante el rezo y la oración, que el inmortal - si existiera - se incline ante el devoto?
¿Cuánta arrogancia se debe tener para considerar que una mera repetición de palabras, fórmulas mágicas para el creyente, conjurarán los misterios del universo que de ahí en más conspirará a favor del suplicante?
El ser humano es un organismo frágil, vulnerable. Estamos expuestos a la destrucción irremediable. Tenemos fecha de vencimiento, y aunque la desconozcamos, es algo seguro y de la que nadie en el mundo se ha visto eximido.
Como diría Savater: “Para un ser humano, cualquier semejante debe llevar escrita en la frente la advertencia: "muy frágil; manéjese con cuidado".”
Pero no. Todo lo contrario. Valoramos la vida humana con tan poca pasión que no pasa una hora en que no haya violencia en el mundo. En el pasado, las cruzadas, repartidoras de sangre, enseñaron lo doloroso que es creer. Los cátaros fueron otro ejemplo de la intolerancia religiosa. El fuego sesgó sus clamores, sus formas de vida.
Ayer releía uno de mis libros favoritos, las Memorias de Giacomo Casanova (en mi opinión, el mejor y más sincero escritor que supo transmitir lo bueno y lo malo en un hombre) y me detenía en su viaje a Madrid, la época en donde la Inquisición todo lo observaba, todo lo juzgaba, todo lo condenaba.
Mencionaba el veneciano que las puertas de las posadas debían permanecer sin cerrojo, dado que era deber de la Inquisición presentarse inopinadamente en cualquier momento para controlar que no hubieran reunidas personas sospechosas de pecados.
A ello, Casanova responde:
“¿De qué puede ser tan curiosa vuestra maldita Santa Inquisición?”
De todo, le responden. En especial, velaban por la integridad del espíritu humano. Nada más ni nada menos. Y ya sabemos lo que usaban si la integridad no era la adecuada: los leños y el fuego.
Para aquella "institución", frágil, es una palabra que no tenía escrito el ser humano en la frente. Sólo leían esta: "pecado"