La bestia de Gevaudan

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Estamos a principios del mes de junio de 1794. El frío en las afueras de Langogne hiere la piel de los aldeanos que se afanan por arrear el ganado, cortar la leña para la noche, la más invernal, según los partes meteorológicos de esas latitudes.

Una mujer se encuentra con su ganado alimentándolo, a su lado unos grandes perros de caza husmean el terreno con el hocico enlodado. Su casa a lo lejos se desdibuja por la neblina que irrumpe en esas horas muertas de la tarde, los árboles deshojados atestando la zona musgosa y húmeda.

Entonces se oye claramente un jadeo que inmediatamente se confunde con las vacas que arrea y con los perros errabundos. De golpe aparece una inmensa criatura, impresionante, desconocida hasta ahora, el pelo rojizo, el pecho blanco, los ojos terriblemente amarillos.

Los perros huyen despavoridos, la cola entre las patas, gimiendo como cachorros. En cambio, las vacas adoptan una actitud de defensa y arremeten contra la criatura, no sin antes impedir que la mujer sea alcanzada por una garra que le destroza el vestido, el corsé despedazado.

Pero las vacas son lo suficientemente listas para impedir que muera la mujer. Cuando la Bestia se marcha, la mujer consternada, con las roídas ropas develando su desnudez, los pechos blancos como el mármol, corre hasta Langogne donde relata su experiencia que al poco tiempo se olvidaría creyendo que la mujer había sido víctima de un simple lobo.

No había nada de extraordinario y no se volvió a hablar más de ello.



Más tarde, sin embargo, una niña de 14 años (el 3 de julio, en Saint-Etienne-de- Ludgares, en Vivarais) es devorada impunemente; el 8 de agosto ataca a una joven de Puy-Laurent, en Gévaudan, y la destroza; tres jóvenes de quince años, de la aldea Chayla-l'Evêque, una mujer de Arzenc, una muchacha de la aldea de Thorts y un pastor de Chaudeyrac, son encontrados yermos en el campo; sus cuerpos, horriblemente mutilados, apenas pueden reconocerse.

En septiembre, desaparecen una muchacha de Rocles, un hombre de los Choisinets y una mujer de Apcher; al poco tiempo se hallan sus restos y los jirones de sus ropas esparcidos por el campo y el bosque.

El 19 de agosto, una muchacha de 20 años aparece despedazada, en una pradera de los alrededores de Saint-Alban: la bestia había bebido toda su sangre y devorado sus entrañas.



Así comenzaban estos episodios en Gévaudan.

Sucesos que el tiempo se encargaría se trasformar en leyendas, en mitos, aunque existiesen documentos probatorios de lo que fue la matanza por esas fechas a manos de una criatura desconocida hasta ese momento.

Documentos oficiales que encontramos en las aldeas, en actas de todo tipo, con la rubrica de esos días, nos llevan de la mano a una realidad difícil de entender.

Francois Fabre en 1901 hizo el primer estudio serio sobre esta criatura: demostró que habían sido exactamente 70 las víctimas (la gran mayoría mujeres jóvenes y niñas), además de otros 76 ataques y enfrentamientos con 27 heridos de gravedad, entre ellos muchos que quedarían con una mutilación horrenda como vestigio de un cara a cara con el terror más espeluznante.

Dado que la mayor parte de las masacres eran enfocadas al sexo femenino, al encontrar en algunas de las autopsias un claro signo de agresión sexual, se pensó - y con justicia - en la posibilidad de una gavilla de maníacos que merodeaban por el bosque en la noche mutilando y bebiendo sangre de las víctimas en rituales satánicos o por simple locura.



Para los habitantes de Gévaudan, sin embargo, la cosa no era tan simple de explicar. Muchos hubieran jurado ante Dios mismo que aquello no era de este mundo. Los testigos del paso de la Bestia se contaban por decenas. Todos coincidían a la hora de describirla. Todos sabían que no se trataba de un lobo.

El número de víctimas aumentó con un promedio de dos por semana. Las historias empezaban a tejerse y, caído el crepúsculo, nadie salía de sus hogares si no era en grupos bien armados.

La psicosis cundía por los densos y gélidos bosques de Gévaudan, tanto que los aristócratas locales, realmente conmocionados por los sucesos, clamaron la intervención de un cuerpo de la caballería de la corona para dar caza a quien estuviera tras estas muertes.

Pasaron meses angustiosos, y al advertir que no había habido éxito con la captura del animal, los lugareños recurrieron al propio Luis XV para que pusiera cartas en el asunto.

Éste ofreció una cuantiosa recompensa que movilizó a cazadores de toda Francia y de disímiles sectores de Europa. Pero estos acontecimientos fueron aprovechados por los países enfrentados a Francia para ridiculizar al monarca Francés, quien indignado envió a lo mejores cazalobos para acabar definitivamente con el animal.





Pero aun así, las muertes siguieron asolando la región. Aunque hubo intrigas y mentiras con respecto a la supuesta caza del animal, lo cierto es que ninguno de los cazalobos enviados por Luis XV pudo dar con la Bestia.

Los lugareños ya creían que el animal era un ser sobrenatural, (al que ni las balas le hacían el menor daño, y menos los cuchillos) , la encarnación propia de la Bestia del Apocalipsis.




¿QUE ERA LA BESTIA?

En principio se culpó a los Cíngaros y los nómadas por haber dejado libre un animal, algún raro espécimen de circo desconocido hasta el momento.

Probablemente por ahí podamos arrimarnos a la verdad. ¿Sería posible que un león hubiera escapado de las manos de algún grupo circense de la región?

La película Pacto de Lobos, abona la idea de un león al cual aprovecharon para domar y que matara e hiciera cundir una ola de pánico, desencajando el reinado por aquel entonces.

Pero el 19 de Junio de 1767 Jean Chastel, un veterano y enemigo acérrimo de la criatura, la mata de dos balas, las cuales habían sido confeccionadas con dos medallas de plata fundidas de la virgen María.

El rey pidió que el animal fuese trasladado a la corte, pero los calores elevados de la región terminaron descomponiendo en el trayecto el cadáver de la Bestia la cual fue enterrada inmediatamente, sin llegar a exponerla.


Algunos pensaron en la especie extinta de Andrewsarchus Mongoliensis.

Sin embargo, su esqueleto fue donado al museo de Ciencias Naturales de París donde se conservó hasta la revolución de 1830, fecha en que unos atentados confluyeron en un incendio que eliminó todo vestigio de la Bestia, incluso los grabados que se le habían hecho.

Cuando le hicieron la correspondiente autopsia a la Bestia encontraron, según figura en el acta notarial y en los archivos departamentales de Puy-de-Dôme, cicatrices causadas por los lugareños que tuvieron oportunidad de enfrentarla, y , al ser abierta la cavidad abdominal, se encontró la cabeza y el fémur de un niño.

Ahí estaba la explicación. La bestia era un animal, bien natural, enorme, voraz, pero no sobrenatural. Era un animal hambriento.

Y hoy día, en la región, se recuerda esta historia y el hombre que acabó con la pesadilla: Jean Chastel, el verdadero héroe de esta historia, a quien le hicieron en su nombre un monumento. Lo mismo la escultura de la Bestia que recuerda aquellos aciagos días.




Y, ¿notaron algo? La escultura no tiene cuernos infernales, ni proporciones descomunales, ni dientes deformados, ni cien patas ni alas vertebradas. Al contrario, nos recuerda a un lobo grande.

La primera hipótesis de los aldeanos que, más tarde, con la superstición reinante y los crímenes y violaciones que se sucedieron (siempre hay oportunistas en todo), aprovechando la ola de pavor de la región, se confundió con algo diabólico y sobrenatural.

Fin del misterio.



Algunos también sospecharon de un asesino serial que camuflaba sus crímenes disfrazándose de bestia o lobo. Existe una película así.

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