Imagen compaginada de una foto de Stefan Gesell |
Epicuro no sólo fue un genial pensador y ateo, sino un hombre que en verdad entendió cómo enfrentar la ansiedad que tenemos ante la muerte.
Siglos antes de que naciéramos, un hombre se alzó entre los suyos y se preguntó lo que nos preguntamos a diario los que no eludimos nuestra transitoriedad con creencias sobrenaturales, y buscó respuestas.
Y siglos antes de que la psicología contara con el concepto del inconsciente, Epicuro ya hablaba que la preocupación ante la muerte era algo no consciente en casi todos los seres humanos, y por ello mismo se manifestaba bajo otra apariencia.
Para Epicuro el exceso de religiosidad, poder, riqueza, patriotismo, etc, no son otra cosa que formas de solventar el temor a la muerte, la forma de dejar solapado este horror.
En efecto, para Epicuro es el omnipresente temor a la muerte lo que nos hace desdichados y en continuo sufrimiento. La raíz del sufrimiento, más allá del dolor del cuerpo, es de connotación espiritual, es saber que somos formas biológicas transitorias.
Pero, sabiendo que este es “el mal” que consume al ser humano, ideó tres argumentos para paliar con la ansiedad a morir.
Estos fueron (los extraigo del libro excelente de Irvin D Yalom, Mirar al Sol):
1. La mortalidad del alma
2. La muerte como aniquilación total.
3. El argumento de la simetría.
En el primer argumento Epicuro era claro. Afirmaba que nuestra alma era mortal, por tanto, denunciaba los abusos de los sacerdotes que jugaban - con amenazas metafísicas que se sufriría tras esta vida si no se obedecía sus doctrinas - con la ansiedad de la muerte de la gente.
En el segundo argumento Epicuro decía que la muerte, como aniquilación total, no nos puede dañar ya que cuando ésta llega ya no estamos. O sea: “si soy, la muerte no es, pero si la muerte es, no soy”.
Y en el tercer punto Epicuro hablaba que nuestro estado de no existencia tras la muerte es el mismo que el de antes del nacer.
Un razonamiento que amplió Vladimir Nabokov, en su “Habla memoria”, cuando refirió:
“La cuna se mece sobre un abismo y el sentido común nos dice que nuestra existencia no es más que una fugaz hendija de luz entre dos eternidades de oscuridad. Aunque son gemelas idénticas el hombre, en general, contempla el abismo prenatal con más calma que aquel al que se dirige (a una velocidad de unas cuatro mil quinientas pulsaciones por hora)”.
Por eso a Epicuro se lo asoció siempre con los placeres del mundo. Pues su idea era que atesoremos momentos que sean inolvidables, para que cuando nos llegue la hora podamos usar dichas imágenes mentales como consuelo. Será lo único que valga la pena recordar.
Para eso debemos amar nuestro destino. Como Nietzsche decía: Amor Fati. Sólo amando cada momento que tenemos habrá valido la pena existir.