Una de las más fuertes razones para volverse ateo está orientada al diseño del propio ser humano. A muchos nos habría gustado encontrar, en nuestro en apariencia perfecto diseño, una traza de diseñador.
Pero está posibilidad nos la ha arrebatado la ciencia actual. Nuestra constitución humana ha sido arbitrada por la selección natural: un proceso sin inteligencia detrás, ni previsión, ni meta a largo alcance.
Es decir, un proceso natural por el cual se estructuran organismos tan evolucionados como nosotros. Y como es de esperar, un proceso donde no hay un diseñador trabajando deja trazas de su ausencia. Se suele mencionar los úteros pequeños que ocasionaron abortos espontáneos en la antigüedad - y que el biólogo Francisco Ayala menciona en sus ejemplos – el apéndice, las muelas de juicio, etc.
Pero ¿qué hay del resto?.
En su libro Evolución, Richard Dawkins nos revela muchas más imperfecciones en nuestro diseño. No sólo algo tan obvio como que la retina del ojo esté instalada al revés de cómo debería haber sido. Dawkins señala el nervio laríngeo, donde en verdad hay una falta total de inteligencia en su diseño.
Al respecto, nos dice:
“Cualquier diseñador inteligente habría eliminado el camino descendente del nervio laríngeo, cambiando un trayecto de muchos metros por uno de unos pocos centímetros”
Pero la evolución no trabaja mediante un tablero y un ingeniero buscando lo mejor. Se apaña de lo que ya existe y de ahí se abre camino independientemente de si eso genera o no sufrimiento a posteriori en los organismos.
En otras palabras – de Dawkins - :
“Las mejoras se pueden alcanzar solo con modificaciones Ad hoc, sobre lo que ya está ahí”.
Por eso, en el interior de un organismo nos topamos con muchísimas imperfecciones. Dawkins pasó un día con unos anatomistas, y esta es su reflexión:
“Creo que sería un ejercicio instructivo pedirle a un ingeniero que dibujara una versión mejorada de, digamos, las arteras que salen del corazón. Imagino que el resultado sería algo parecido al colector de escape de un coche, con una línea clara de tubos salientes formando una hilera ordenada, en lugar del barullo desordenado que vemos realmente cuando abrimos el pecho de un animal”.
Y añade:
“Mi propósito al pasar un día con los anatomistas diseccionando una jirafa era estudiar el nervio laríngeo recurrente como un ejemplo de la imperfección evolutiva. Pero pronto me di cuenta de que, en lo que se refiere a la imperfección, el laríngeo recurrente es sólo la punta del iceberg. “
Esta es la impresión que tiene cuando se explora cualquier parte de un animal: ¡Qué parece ser un desastre!.
El mismo pensamiento que tiene el biólogo Colin Pittendrigh:
“Todo esto no es otra cosa que un mosaico de piezas provisionales enganchadas unas con otras, obtenidas de lo que había disponible cuando surgió la oportunidad y aceptadas a posteriori, sin previsión alguna, por la selección natural”.
Parafraseando a Dawkins: un diseñador razonable nunca habría perpetrado ninguno de los desastres que constituyen el entrecruzamiento de arterias, venas, nervios, intestinos, revoltijos de grasa y músculo, mesenterios y otros elementos.
Ahora bien, ¿Qué se puede esperar de todo esto? Sufrimiento. El sufrimiento es un subproducto de la evolución por selección natural, nos dice Dawkins.
Y si recordamos a las avispas icneumónidas, uno estaría tentado en pensar que hay cierta crueldad en el mundo de la naturaleza. Recordemos aquellas avispas y su fastidioso hábito de paralizar a sus víctimas para poder incubarles sus huevos larvales que al brotar en el interior de sus anfitriones empezarán con la carnicería de devorarlas por dentro, dejando para lo último el sistema nervioso y el corazón, de modo que no se muera mientras es devorada.
LA BOLSA ABIERTA DEL KOALA
Otro de los desaciertos que hubiera tenido aquel supuesto diseñador, propuesto por los que hablan del diseño inteligente, es fácilmente visible en el Koala.
La bolsa de este animal se abre hacia abajo. Y en un animal trepador como es él, no es inteligente que esto suceda: las crías caen por la bolsa.
Debería haber sido diseñado como el canguro. Pero es parte del legado de la historia evolutiva que tuvo el Koala: su antepasado era semejante a los wombat, los grandes cavadores, que sí necesitaban una bolsa cerrada por arriba para no llenar de tierra a sus crías mientras excavaban.
LOS SENOS NASALES
Durante 400 millones de años hemos sido animales terrestres, caminamos sobre nuestro vientre, en cuatro patas. Recién nos hemos erguido hace un 1% de ese tiempo. Es lógico que todavía carguemos con las secuelas. Y una de ellas son los senos de la cara que tan a menudo causan dolor. Su agujero de drenaje está pesimamente dispuesto.
Y como menciona Derek Denton, citado por Dawkins :
“Los grandes senos o cavidades maxilares están detrás de las mejillas a cada lado de la cara. Tienen su agujero de drenaje en la parte de arriba, lo que no es muy buena idea en términos de aprovechamiento de la gravedad para ayudar al drenaje de fluidos”.
Pero a un cuadrúpedo esto servía muy bien. Pero ya no lo somos y nadie cambiará la situación.
CONCLUSIÓN A LA FALTA DE DISEÑO INTELIGENTE
Hemos podido ver que indudablemente cargamos el legado histórico de nuestros antepasados más primitivos y padecemos, en muchas ocasiones, sus consecuencias. Pero la simulación de diseño es fabulosa. Genera una ilusión que todavía perdura en muchas personas que no están al corriente de la teoría de Darwin o los hallazgos del ADN. O las que, al corriente de la ciencia biológica, intentan verle el lado débil a la misma. Por eso surgen frases como las de Jostein Gaarder:
No comprenden la teoría de la simplicidad. Y muchos menos lo que importa a la evolución: que es la supervivencia de los genes, el pasaje del ADN. Gracias a la débil atención del entorno, en los primeros organismos, hemos podido avanzar.
Quizá al principio sólo era una cuestión de blancos y negros, pero a medida que los siglos pasaron los organismos se fueron sofisticando y la atención mejoró para desarrollar lo que actualmente entendemos por conciencia: una eficaz herramienta para sobrevivir. Es decir que, mediante estímulos, interacciones químicas, fueron desarrollándose las primeras formas de vida que jalonarían al ser pensante que ahora me lee.
Ha sido un camino arduo, repleto de vericuetos y de pequeños hallazgos, pero estamos aquí. La pregunta que quedará pendiente es si este organismo desarrollado por evolución tiene algo más que conciencia…o es “receptor” de algo más.
Una suerte de proyector, donde transcurre la película de nuestra vida. Pero lo dejo para más adelante mientras reuno evidencias. Que la evolución haya usado el mecanismo de la selección natural quizá haya sido la mejor alternativa que hubo, prueba y error a través de millones de años.
“¿Se puede calcular la posibilidad de que la materia cósmica de repente una mañana despierte conciente de sí misma?”.
No comprenden la teoría de la simplicidad. Y muchos menos lo que importa a la evolución: que es la supervivencia de los genes, el pasaje del ADN. Gracias a la débil atención del entorno, en los primeros organismos, hemos podido avanzar.
Quizá al principio sólo era una cuestión de blancos y negros, pero a medida que los siglos pasaron los organismos se fueron sofisticando y la atención mejoró para desarrollar lo que actualmente entendemos por conciencia: una eficaz herramienta para sobrevivir. Es decir que, mediante estímulos, interacciones químicas, fueron desarrollándose las primeras formas de vida que jalonarían al ser pensante que ahora me lee.
Ha sido un camino arduo, repleto de vericuetos y de pequeños hallazgos, pero estamos aquí. La pregunta que quedará pendiente es si este organismo desarrollado por evolución tiene algo más que conciencia…o es “receptor” de algo más.
Una suerte de proyector, donde transcurre la película de nuestra vida. Pero lo dejo para más adelante mientras reuno evidencias. Que la evolución haya usado el mecanismo de la selección natural quizá haya sido la mejor alternativa que hubo, prueba y error a través de millones de años.