La primera guerra mundial. Los combates se habían iniciado hacía días. La gente estaba desesperada. El poco valor que se le daba a la vida causaba bochorno, decepción y resignación a un mismo tiempo.
Un día igual que otro uno de los soldados salió con su regimiento. Llovía. Todo se dificultaba bajo la lluvia.
Cuando llegó al campo de batalla las balas no se hicieron esperar. Cruzaban por todos lados y estaban en todos lados igual que el barro que ya había cubierto sus rostros. Avanzaban entre el humo, los disparos, los cadáveres esparcidos, y el grito salvaje del enemigo.
Y allí estaba él, aquel soldado que no quería morir y estaba obligado a combatir por su patria.
Nadie lo sabía, pero había cambiado la pluma por el fusil, la intelectualidad por la patria.
Oculta, había dejado lejos de la guerra una obra maestra cuyo título El Gran Meaulnes no presagiaba para nada lo que representaría para la literatura francesa de los próximos años.
El joven soldado jamás saborearía el éxito y la trascendencia de su novela, tampoco podría ofrecernos otra más, ya que una bala puso fin a sus días. Al poco, su cuerpo terminaría en una fosa común alemana.
La vida se iba de Henri Alban Fournier . Y probablemente en el último instante recordó a su gran personaje, Meaulnes, buscando la aventura del amor perdido en los tiempos.
Fue su única contribución a la literatura. Una pieza maestra que lo volvió inmortal aún después de morir. La obra no tiene desperdicio. Las imágenes visuales que proyectan sus palabras quedan en el lector para siempre.
Hay cierto grado de surrealismo romántico que seduce de inmediato. Además: un misterio, un amor, y una búsqueda incansable. Vale la pena, si no la leíste, leerla.
Un día igual que otro uno de los soldados salió con su regimiento. Llovía. Todo se dificultaba bajo la lluvia.
Cuando llegó al campo de batalla las balas no se hicieron esperar. Cruzaban por todos lados y estaban en todos lados igual que el barro que ya había cubierto sus rostros. Avanzaban entre el humo, los disparos, los cadáveres esparcidos, y el grito salvaje del enemigo.
Y allí estaba él, aquel soldado que no quería morir y estaba obligado a combatir por su patria.
Nadie lo sabía, pero había cambiado la pluma por el fusil, la intelectualidad por la patria.
Oculta, había dejado lejos de la guerra una obra maestra cuyo título El Gran Meaulnes no presagiaba para nada lo que representaría para la literatura francesa de los próximos años.
El joven soldado jamás saborearía el éxito y la trascendencia de su novela, tampoco podría ofrecernos otra más, ya que una bala puso fin a sus días. Al poco, su cuerpo terminaría en una fosa común alemana.
La vida se iba de Henri Alban Fournier . Y probablemente en el último instante recordó a su gran personaje, Meaulnes, buscando la aventura del amor perdido en los tiempos.
Fue su única contribución a la literatura. Una pieza maestra que lo volvió inmortal aún después de morir. La obra no tiene desperdicio. Las imágenes visuales que proyectan sus palabras quedan en el lector para siempre.
Hay cierto grado de surrealismo romántico que seduce de inmediato. Además: un misterio, un amor, y una búsqueda incansable. Vale la pena, si no la leíste, leerla.