Tolstoi y la muerte

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Liev Nikoláievich Tolstói fue un fabuloso escritor ruso. De ello no caben dudas. Tampoco que fue el que impulsó a Gandhi en su filosofía de la No violencia. Lo que se desconoce un poco fueron sus terribles controversias religiosas que lo hacían tomar muchas decisiones, para muchos, irracionales. 

Cuando investigué la vida del creador de la monumental obra Guerra y Paz, me di cuenta del factor que el propio Tolstói confesó que le producía pesar: la muerte. 

No pasaba un día, a lo largo de los muchos años, en que no ahondara en aquella incertidumbre. Por eso solía decir: “Siento que perezco. Vivo y muero. Amo la vida y temo la muerte”

Tolstói fue un gran filósofo de la vida. Sin embargo, decantó por el cristianismo. Era la única forma en que podía entender la vida y darle sentido. Aunque Darwin ya había publicado su libro El Origen de las especies, cuando vivía Tolstói, su obra no había cobrado la fama que hoy día tiene, y sus teorías, por inducción contrarías a la idea de un dios monoteísta, no habían recorrido el mundo. 

No sé si Tolstói hubiera cambiado su tesitura religiosa al leer la obra de Darwin, pero sí sé que no la cambió en nada contemplar las muertes de sus familiares, e incluso hijos, y hasta justificó la “voluntad de Dios” en ello. 

Aunque decía que “temo la muerte”, y bregaba por una moral cristiana, Tolstói vivía apesadumbrado. 

Al parecer, sus creencias religiosas no le daban la fe que necesitaba. Según su hijo, León, fue el terror a la nada lo que incitó a su padre a buscar un consuelo en la religión. Y es tanta la desesperación que invade su espíritu que su mujer, conociéndolo, escondía las armas, las sogas, etc, por temor que se suicidará. 

¿Qué nos dice esto? 

Que el credo que profesaba no alcanzaba a convencerlo. Que había contradicciones innegables y que no podía conciliar, pero que tampoco podía ir en contra de ellas si no quería destruir su salubridad mental. 

Y es que todas las fuerzas de este hombre eran místicas, y sin Dios, ¿Dónde hubiera quedado su misticismo?. 

Era la clase de hombre que no podía tolerar vivir en un mundo sin Dios. Las biógrafas Irene y Laura Andresco, nos dicen al respecto: 

“Luego, no es el temor de la muerte – ya que busca ese negro refugio – sino la desesperación que le produce la falta de Dios, sin cuya creencia es inútil que la razón le encuentre un sentido a la vida, lo que le obliga a buscarlo tan afanosamente”. 

Por eso, siguiendo su criterio moral cristiano de despojarse de todo y aspirar a la pobreza como la auténtica felicidad, crea una verdadera pesadilla a su familia, que no compartía tales creencias, y veían irracionalmente su forma de proceder. Pero si no actuaba de esta manera, la vida para Tolstói perdía sentido. 

Debía acoplarse a las máximas de Cristo si en verdad era cristiano. Al final, creo yo, si pudiéramos ser capaces de indagar en su corazón, el temor a la muerte y a la posibilidad que el mundo no estuviera regido por un Dios fueron el motor principal de su vida. Pese a que quería ir al encuentro de la muerte, lo hacía por desesperación. Por encontrar esas irregularidades en la vida que lo ponían en la mortal duda. 

Y aunque en muchas ocasiones pareció actuar sin sensibilidad ante la muerte de sus seres queridos, otras lloraba durante días y no podía conciliarlo con su credo cristiano. Y quizá ello se deba a que, como refiere Emile Cioran: “Se muere desde siempre y sin embargo la muerte no ha perdido nada de su lozanía. Ahí reside el secreto de los secretos.” 

Y para este impresionante escritor, Dios siempre estaría asociado a la vida después de la muerte y a la justicia final. Vivir en un mundo que no fuera así, no era vivir para él. Y algo, muy dentro de él, lo llevaba a percibir esto como una verdad.

LA CONVERSION DE TOLSTOI 


Sin duda ha sido uno de los mejores escritores de todos los tiempos. En sus cuentos, en especial, narra moralejas con un sentido moralista incuestionable.

Como vimos, Tolstoi tenía una búsqueda espiritual que únicamente pudo encontrar paz con la idea de la existencia de dios. Era eso, o tomar la soga y colgarse, pues estaba realmente angustiado – desesperado – y otra forma no veía a la vida absurda, como él la definía. 

En su libro, Confesión, narra con lujo de detalles este proceso de conversión de ser creyente a ser ateo y de ateo a cristiano finalmente (algo tan familiar a quien escribe esto). Su creencia inicial era fruto de la idiosincrasia de su familia, por tanto, no le fue difícil desprenderse de la misma. Su ateísmo se había ido asimilando a través de las guerras en las que participó.  

A su vez, el presenciar una decapitación pública fue un hecho que lo hizo reflexionar mucho. 

“Cuando vi desprenderse la cabeza del cuerpo y los oí caer por separado dentro de la caja, comprendí, no con la inteligencia sino con todo mi ser, que ninguna teoría de la racionalidad de la existencia y del progreso podía justificar un acto semejante” 

Poco a poco, en sus años de juventud se sumerge en excesos de todo tipo que incluían el crimen: 

“No puedo recordar aquellas años sin horror, sin repugnancia y sin un dolor en el corazón. Mataba hombres en la guerra, retaba a otros a duelo para matarlos, perdía dinero jugando a las cartas, dilapidaba el fruto del trabajo de los campesinos, los castigaba; fornicaba, me valía de engaños. La mentira, el robo, la promiscuidad de todo tipo, la embriaguez, la violencia, el asesinato…No existe crimen que no hubiera cometido, y por todo ello me alababan”. 

EL ÉXITO LITERARIO Y LA MUERTE 

Empieza a escribir por vanidad. Tiene un enorme éxito pero eso no le conmueve en lo más mínimo. En su mente resurge una duda que lo enfrenta al dilema milenario sobre la muerte.

“Muy bien, serás más famoso que Gógol, Pushkin, Shakespeare, Moliere, y todos los escritores del mundo ¿y después qué?.


En efecto, para Tolstoi, como para muchos grandes pensadores del pasado y presente, la vida no es otra cosa que un absurdo. “La verdad era que la vida es un absurdo”. Que nada de lo que hiciera tendría validez ante la muerte inexorable. “Y sin embargo, no podía detenerme, ni dar la vuelta atrás, ni cerrar los ojos para no ver que delante no había más que el engaño de la vida y de la felicidad, y los sufrimientos verdaderos y la muerte verdadera: el aniquilamiento completo”

Ante estas reflexiones pesimistas, era obvio que se abocara al suicidio: que lo deseara, lo soñara, lo buscara como un medio de liberación. 

A la idea se sumaban muchos filósofos que había reflexionado de igual manera. Uno de ellos, Schopenhauer. 

Por eso, “la idea del suicidio se me ocurrió con tanta naturalidad como antes las ideas de mejorar mi vida”. 

Pero por fortuna aquello no pasaba de una idea; de otro modo no habría hoy día Tolstoi. Empleaba ingeniosos ardides para evitar quitarse la vida. No tentaba la idea. Aunque pensara que “ Mi vida es una broma estúpida y cruel que alguien me ha gastado”. 

LA INEVITABLE MUERTE 

“Hacia tanto tiempo que era de dominio público. Si no es hoy será mañana cuando lleguen las enfermedades y la muerte (de hecho ya se están aproximando) para los seres queridos, para mi y no quedará nada, salvo pestilencia y gusanos. Mis acciones, sean las que sean, tarde o temprano caerán en el olvido, y yo ya no existiré ¿A qué viene afanarse, pues? ¿Cómo puede una persona vivir y no darse cuenta?.” 

A esta conclusión, del todo lógica, llegaba Tolstoi en su plena madurez intelectual, atizado por ese abismo llamado muerte. Lo que plantea es razonable. Es lo que es: 1 =1. 

Lo refleja a través de una analogía con un cuento. 

Un hombre huye de un dragón, pero llega a un abismo. Antes de sucumbir a éste, se trepa en un árbol que crece al pie del mismo para evadir el dragón. Pero dos ratas gigantes vienen a roer el árbol y sabe que tarde o temprano caerá, o bien en las fauces del dragón o bien en el abismo. Su muerte es inevitable, y sin embargo, se aferra al árbol y lame la dulce miel que brota de sus hojas para tolerar lo que sucede. 

Este ejemplo lo extrapola a la gente común: nadie descuida que existe la muerte, pero hay cuatro formas de evadirla. 

1. Viendo el dragón e ignorándolo como si no existiera. 

2. Viéndolo y bebiendo toda la miel posible y buscando medios de extraer más miel para en el goce olvidar lo que se aviene. 

3. Dejándose caer a lo inevitable. Es decir: matándose. 

4. Viviendo en la desesperación sabiendo cual es el medio de liberarse: el suicidio. 

Este último camino opta Tolstoi – el mismo de Schopenhauer, Ciorán, y tantos otros – , y decide investigar sobre la inexorable muerte. 

Y en ello pone todas sus energías a lo largo de los años. “No lo hice con poco entusiasmo, por vana curiosidad; sino dolorosa, persistentemente, día y noche, como un hombre a punto de morir busca la salvación”. 

Así se topa con los pensadores que reflejan la misma desesperación que ya cargaba. 


LOS FILÓSOFOS DE LA MUERTE 


Así es. La tarea que emprende Tolstoi lo sumerge en el nihilismo. En el pensamiento de que “el único conocimiento absoluto accesible al hombre era la absurdidad de la vida”

Busca en todos lados, se contacta con gente brillante y de pensamientos profundos, todos le sugieren a lo que él había llegado por si mismo: la absurda existencia. 

La pregunta que arrastraba este noble escritor ruso a los 50 años – y que le condujo a las puertas del suicidio – era una pregunta muy obvia que todos, más tarde o temprano, nos efectuamos en algún momento: “¿Para qué vivir, para qué desear, para qué hacer algo?” 

O formulada de otra manera: “¿Hay algún sentido en mi vida que no será destruido por la inevitable muerte que me espera?” 

Ante la muerte todo es vano. Todos los sueños, deseos, frustraciones, ¿qué importancia tienen ante la muerte? Sólo una ciencia que se ocupase de resolver – intentarlo – el dilema puede invertir esta desesperación ante lo inexorable. O bien lo que finalmente logra Tolstoi: suprimir lo que le llevaba a esa desesperación y que ya veremos qué fue. 

Al investigar la ciencia, y los pensadores de su tiempo, concluye que esto no le sirve para nada: 

“Necesito conocer el sentido de mi vida, y el hecho de que ésta sea una partícula del infinito, en vez de darle sentido, destruye todos los sentidos posibles”. 

Entonces acuden a su mente los sabios de siempre: 

“No nos acercamos a la verdad sino en la medida que nos alejamos de la vida”, dice Sócrates. “Ni del sabio ni del necio habrá memoria para siempre; pues en los días venideros todo será olvidado, y lo mismo morirá el sabio que el necio”, así afirma Salomón, añadiendo que “todo es pura vanidad” y que, “no hay nada nuevo bajo el sol”

Si hiciera falta más para lograr su arraigado pesimismo, Tolstoi cita a sus tres fuentes preferidas: 

“La vida del cuerpo es un mal y una mentira. Por eso la destrucción de la vida del cuerpo es un bien, y debemos desearla”, dice Sócrates. 

“La vida es lo que no debe ser, un mal; y el tránsito a la nada es el único bien”, dice Schopenhauer. 

“Todo en el mundo, la necedad, la sabiduría, la riqueza, la miseria, la alegría, el dolor, es vanidad y nadería. El hombre morirá, y nada quedará. Y esto es absurdo”, dice Salomón. 

“Es imposible vivir sabiendo que el sufrimiento, el debilitamiento, la vejez, y la muerte son inevitables; es preciso liberarnos de la vida y de toda posibilidad de vida”, dice Buda. 

¡Como para no optar por el suicidio con estos apologistas de la muerte!. 

Como salida, se vuelca, en su investigación, hacia los Epicúreos, pero no encuentra nada que sea estable. Porque, aunque se revolcara en placeres, tiene bien nítido en su horizonte mental que lo acechan la enfermedad, la vejez y la muerte que, “si no hoy mañana, destruirán todos estos placeres”.  

La idea sobre el futuro de su muerte le impide el disfrute del presente. 

¿EL MUNDO ABSURDO O SCHOPENHAUER? 

La vida es un mal absurdo, se decía Tolstoi. Pero ¿Cómo es que la humanidad no desaparece? 

“¿Cómo es posible? ¿Por qué los hombres viven cuando podrían no vivir?. ¿Acaso sólo Schopenhauer y yo éramos lo suficientemente inteligentes para comprender la absurdidad y el mal de la vida?”. 

Al plantearse esta cuestión, comienza a visualizar que el equivocado podría ser él y no el resto. 

“Mi vida, la de los Salomón y los Schopenhauer, era la vida auténtica, la normal, mientras que la vida de miles de millones de hombres no era digna de consideración” 

Se da cuenta que buscando el sentido entre gente que lo ha perdido, será tarea vana.  Entonces comienza a estudiar la vida del hombre sencillo, el campesino, el analfabeto, y comprende cómo funciona y donde encuentra el sentido de la vida. Así comprende que si el conocimiento racional lo lleva al borde del abismo, al deseo de la muerte, aquello que impida esa razón será la que lo salve. 

“El conocimiento racional, como lo presentan los científicos y los sabios, niega el sentido de la vida, mientras que la enorme masa de gente, toda la humanidad, reconoce ese sentido mediante un conocimiento irracional. Y ese conocimiento irracional es la fe”. 

DE LA RAZON AL SUICIDIO Y DE LA IRRACIONALIDAD A LA SALVACION 

Como dije, Tolstoi fue un hombre que no podía vivir sin dios. Y sus investigaciones lo condujeron a lo que más temía: no encontrarle sentido a la vida. Según él, la razón negaba el sentido de la vida, la coloca como algo absurdo. Le resta propósito trascendental. 

En tanto la fe, niega la razón, y al hacerlo, evita caer en lo absurdo, evita la necesidad de aniquilamiento o destrucción que ofrece el conocimiento racional y frío de la vida. 

“Donde hay vida, hay fe; desde el origen de la humanidad la fe nos ha dado la posibilidad de vivir, y los rasgos principales de la fe están en todas partes y son siempre los mismos”. 

Ciertamente donde hay fe hay vida: esto es algo ineludible. Una persona puede estar toda la vida teniendo fe en alguna quimera, algún descubrimiento científico, y por eso encontrarle sentido a su vida. 

 “La fe es el conocimiento del sentido de la vida humana, gracias al cual el hombre no se aniquila, sino que vive. La fe es la fuerza de la vida. Si un hombre vive, es porque cree en algo. Si no creyera que debe vivir por algo, no viviría”. 

Pero la fe que necesitaba Tolstoi no era cualquiera, ni científica ni literaria sino espiritual: necesitaba que existiera Dios para que cada cosa que hacía tuviera eco en la eternidad. Y es que la fe ha sido un elemento imprescindible para la supervivencia humana.

Pero siendo algo abstracto, lo complicado es comprender cómo ha sido desarrollada por la selección natural como algo necesario para sobrevivir. No hay forma de comprender algo así. Forsozamente debe ser un "fruto" externo.

Es cierto. Puede que sea como el orgasmo: no es necesario experimentar placer para la procreación del individuo, pero al experimentar placer hay muchas mayores chances de reproducción y eso favorece a la naturaleza – y en especial los genes. La fe puede ser como una herramienta para perpetuarnos y no erradicarnos. 

Todo esto, claro está, es especulación mia. No nos alejemos del artículo. 

LA FE DE LA SALVACION 

Tolstoi no tiene otra salida: debe considerar la fe como salvación, de otra manera el camino es aborrecer la existencia y desear quitarse la vida. 

La lucidez con que llega a esa fe no está muy bien explicada en su Confesión: más bien fue una experiencia transformadora interna cuya explicación racional se desconoce. 

Él lo llamó la “búsqueda de dios”, y el hecho de que miles de millones de personas vivían bajo esa sencilla fe fue el detonante. 

Descubre que el cristianismo es la llave de la Salvación. Y que al ver la vida de los campesinos y humildes, toda la verdad del Evangelio se hace evidente. 

Y en efecto, viendo a gente repleta de privaciones y sufrimiento, cuyo único consuelo es creer en ilusiones tranquilizadoras, pondera el temple de estos individuos ante la tragedia. Un mecanismo obvio de la supervivencia evolutiva, pero que Tolstoi vio como evidencia de dios o de una fe inquebrantable en dios. 

Distingue claramente dos formas de fe: la de los ociosos o aristócratas y la del campesino humilde. 

“Contrariamente a lo que veía en nuestro círculo, en el que toda la vida transcurría en la ociosidad, en la diversión y en la insatisfacción, veía que esas personas que trabajaban duro a lo largo de toda su existencia estaban menos insatisfechas con la vida que los ricos”. 

 Y esto es obvio: el aldeano, el humilde, al carecer de tiempo para la introspección y la reflexión, se conforma con lo que tiene al alcance y , sea por costumbre o idiosincrasia, atribuyen todo a dios. Lo que se deduce de todo esto es que Tolstoi debió rebajar su enorme talla intelectual por miedo a la muerte. 

Y , como él mismo dice: “envidié a los campesinos por su analfabetismo y su falta de instrucción”. Ergo: tenía una necesidad apremiante de censurar sus conocimientos (la instrucción absorbida y su inteligencia) para evitar ver la nada y el abismo expresado en la pavorosa muerte. Su corazón no estaba apto para lo que su mente podía revelarle. 

“Y tan pronto comprendí que había una fuerza bajo cuyo poder yo me encontraba, sentí que había una posibilidad de vivir” 

En el desierto, una gota es océano y así es la vida del trabajador analfabeto: se ha ido acostumbrando con lo poco y la idea de dios rellena sus huecos existenciales que permanecen dormidos en su ardua vida hasta la muerte. 

CONCLUSION 

“Si existo, también existe la causa de que yo exista”, así pensaba Tolstoi. Y así, lentamente, iba asimilando la idea de un Dios. 

“Y bastaba con que lo admitiera un instante para que se alzara en mí la vida y yo sintiera la posibilidad y el goce de la existencia” 

De entre todos los dioses de diferentes religiones decantó por el que en su infancia había absorbido: el dios cristiano. 

Porque “solo vivía en los momentos en que creía en Dios”. 

La vida y sus experiencias de violencia le enseñaron que no podía existir tal dios. Pero la necesidad de salir de la desesperación, a sus cincuenta años, lo condujo aceptar el culto que desde su niñez había sido inculcado: el cristiano. 

“En esencia volvía a las cosas que habían formado parte de mi infancia y de mi juventud”.
Vuelve a lo que en su momento le hizo bien, vuelve a la cultura y religión en la que se crió. Y si bien encuentra notables contradicciones con la fe, con el dogma, se acostumbra poco a poco a estas “paradojas” en pos de alcanzar su fraternidad con dios. 

Porque si algo no comprendía, se decía “es culpa mía, soy malo”. 

Así, su enorme intelecto fue mimetizándose hasta asimilarse al del campesino sencillo. Por eso, en muchas ocasiones huía de su familia y se quedaba con éstos a vivir: quería mezclarse por completo, para vivir la verdad del Evangelio en las tristes vidas de estos pobres hombres. 

Nada de lo que hizo lo conformó: ni su notable éxito como escritor, ni su círculo social al que aborrecía, ni la talla de los pensadores con los que se cruzaba. Aspiraba a remediar el miedo a la muerte y nada más le interesaba. Aspiraba a encontrar a Dios, y lo halló en su corazón.

Y así acaba sus días, escapando de su casa y muriendo en un tren al lado de su obsequiosa esposa. Repleto de esperanza.


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