El horror de Tuskegee

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Este es un ejemplo más de como la ciencia puede desencadenar en un horror sin precedentes. Cómo lo que fue amor por el conocimiento se vuelve algo monstruoso. Esto tiene como escenario la ciudad de Tuskegee en Alabama. 

Uno de los sitios más importantes en la historia afroamericana, donde había plantaciones de algodón y siempre se dependía del trabajo de esclavos africano-americanos. 

En 1923 se estableció allí el Centro Médico de Administración de Veteranos de Tuskegee, inicialmente para los aproximadamente 300.000 veteranos afroamericanos de la Primera Guerra Mundial. 

Esto ocurrió cuando las instalaciones públicas estaban segregadas racialmente. Se construyeron 27 edificios en el campus. Sería en dicha ciudad de Tuskegee donde se produciría el conocido oficialmente como “estudio de Tuskegee para la sífilis sin tratamiento del hombre negro”. 

El experimento duró 40 años, y en ese lapso de tiempo diezmó la vida de muchos hombres negros y de sus familias. Aquel experimento fue tan monstruoso como lo llevado a cabo por los Nazis. 

Wikimedia Commons Miembros de la Universidad de Tuskegee en 1902.


LA ENFERMEDAD 

La medicina en el siglo XX estaba en pañales. No había antibióticos, y ante las enfermedades los hombres estaban desamparados. La peor quizá era la sífilis. Por aquellos días se extendía a un ritmo creciente por ciertas regiones, en especial, y como siempre sucede, por los sectores más humildes de la población. 

En Tuskegee estaba repleto de campesinos pobres y negros donde los casos de sífilis habían alcanzado proporciones alarmantes, y el doctor Clark del Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos (PHS), lanzó un estudio en Tuskegee para documentar la progresión de esta problemática enfermedad de transmisión sexual. 

El estudio se llevó a cabo con aquel grupo de gente humilde en su mayoría analfabetos, y con la esperanza de comprender la enfermedad. 

Pero tras aquel noble propósito se escondía uno de los episodios más vergonzosos que quedara en la historia de los Estados Unidos. 

El experimento La sífilis es una enfermedad infecciosa de curso crónico, transmitida principalmente por contacto sexual, producida por la espiroqueta Treponema pallidum (filo de bacterias Gram-negativas). 

Sus manifestaciones clínicas son de características e intensidades fluctuantes, aparecen y desaparecen dependiendo de la etapa de la enfermedad, con úlceras en los órganos sexuales y manchas rojas en el cuerpo, y con lesiones en el sistema nervioso y en el aparato circulatorio. 




El paciente puede sentir que la enfermedad mejora al año, incluso sentir que ya está sano, pero realmente, se encuentra en una fase de latencia de la enfermedad, una que da paso a tumores sobre el cuerpo y que puede comenzar a producir daños graves en el corazón, los huesos y las articulaciones. 

Como decíamos antes, la enfermedad también puede infectar el sistema nervioso, un tipo conocido como neurosífilis. 

Esta variedad puede resultar en daño a los ojos y los oídos, cambios de personalidad, reflejos hiperactivos, parálisis y locura. 

El estudio proporcionaba poca información a los residentes, pero les daban comida diaria y un dinero para que se permitiera, en caso de defunción, practicar una autopsia. Se estima que hubo 600 voluntarios: 200 hombres sanos y 400 con la enfermedad. 

Los doctores pensaban que mientras no se dañara a los pacientes estaba todo en orden y era, después de todo, para ayudar a la humanidad contra este flagelo. 



Pero los médicos optaron por no revelar la gravedad de la afección a los voluntarios, en lugar de informarles que necesitaban tratamiento para una dolencia ambigua a la que se refirieron como “mala sangre”. 

¿Qué hicieron a cambio? 

Les proporcionaron dosis diarias de aspirina y suplementos de hierro que falsificaron como medicamento más útil. 

Estas prácticas engañosas llevaron a Clark a retirarse del proyecto poco después del inicio del estudio, pero los investigadores restantes continuaron. 

El tratamiento no ofrecía ningún beneficio para la salud de los pacientes, de hecho, a menudo desencadenó fuertes dolores de cabeza y náuseas, incluso hubo un pequeño riesgo de discapacidad o muerte. Pero los médicos lo consideraron necesario para probar indicios de neurosífilis.. 

LA GRAN MENTIRA 

Durante los primeros años del estudio, la enfermedad la combatieron con cócteles tóxicos que incluían mercurio o arsénico y que a veces eran más perjudiciales para el paciente que la propia enfermedad. 



Los investigadores más “creativos” habían experimentado infectar deliberadamente a pacientes con malaria para producir una fiebre prolongada que, a veces, mataría la infección de sífilis. Sin embargo, a mediados de los años 40 se descubrió que la recientemente descubierta penicilina antibiótica era una cura segura y eficaz contra la sífilis. 

El gobierno de Estados Unidos patrocinó un programa nacional de salud pública para erradicar la enfermedad. 

Pero claro, a esta pobre gente no se les suministró esta medicina. Todo lo contrario: mantuvieron la cura en secreto. Y es que para los administradores del experimento salvar las vidas no era lo que buscaban: realmente les interesaba diseccionar a la gente porque allí radicaba su interés real: cuando estaban muertos. 

 Así, durante años, los doctores trataron a sus pacientes con un régimen de placebos. El mundo abre los ojos Pasaron los años hasta llegar a 1966. Un tipo llamado Peter Buxtun, investigador de enfermedades venéreas, se enteró del estudio y envió una carta al director de su departamento expresando sus preocupaciones morales con respecto al experimento. 

La respuesta del Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) no tiene desperdicio: le responden que el estudio debía continuar hasta que todos los pacientes murieran, de forma que le permitiría a los investigadores tener la autopsia de todos ellos. 

Buxtun no puede creerlo. Intenta hacer algo pero un pesado manto de burocracia se lo impide. Y seis años después, en 1972, se publican los estudios de Tuskegee. Escrito por Jean Heller, pero en respuesta a una carta enviada por Buxtun. 



Al poco, se hace popular la noticia y el gobierno no sabe que hacer. La desaprobación pública hizo mella en toda excusa posible. El estudio acaba. Pero habían pasado 40 años desde que los médicos administraron el primer tratamiento con placebo para la “mala sangre” en Tuskegee. 

Durante el estudio, 28 de los hombres habían muerto de sífilis y 100 murieron debido a complicaciones relacionadas. Muchos de ellos murieron después de que la penicilina estuviera disponible. 

De los casi 400 voluntarios infectados originales, sólo 74 sobrevivieron para saber que sus médicos sólo habían estado fingiendo tratar su enfermedad durante las últimas cuatro décadas. 

Además, se encontró que 40 de las mujeres de los pacientes habían sido infectadas durante el estudio, y 19 de sus hijos habían nacido con sífilis congénita. 

Un año después, se ganó una demanda conjunta de 9 millones de dólares en nombre de las víctimas, cuya suma fue dividida entre los supervivientes. 

Ahora sí, y sin engaños, ellos y sus familias fueron garantizados a una atención médica gratuita para el resto de sus vidas. Sin embargo, es comprensible que el infame estudio fuera motivo de una profunda desconfianza en el sistema médico estadounidense entre los afroamericanos, un efecto que aún perdura hoy. 

Quizás por ello, y por tratar de cerrar una herida difícil de olvidar, en 1997 el Presidente Clinton pidió disculpas a los supervivientes en nombre de la nación, “podemos miraros a los ojos y finalmente decir, en nombre del pueblo estadounidense: lo que hizo el gobierno de Estados Unidos fue vergonzoso. Y lo siento.” [Wikipedia, The Atlantic, New York Times, TIME, TuskegeeStudy] 


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