La Panacea del antiguo egipto

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Imaginemos que los egipcios tenían en sus papiros la fórmula para preparar una Panacea. Lo dejaron en sus jeroglíficos y cuando cayó el imperio y entraron frotándose las manos los griegos, que siempre envidiaron a los de las “pirámides” , decidieron llevar a la práctica esas fórmulas. 
 
Eruditos de todas partes comenzaron la vasta obra de traducir e interpretar los papiros. Al cabo, Hipócrates, el Padre de la medicina griega, prepararía un brebaje que popularizó donde los terribles síntomas de enfermedades con fiebre mitigaban al consumirlo. Era una Panacea. Porque la fiebre, ese horrendo fuego interno humano que debilitaba y descomponía, era algo que generaba mucho sufrimiento. Esta Panacea la hacía desaparecer. Restauraba el vigor, volvían las ganas de vivir, el cuerpo se regeneraba mejor. 
 
Esta Panacea la preparaban de las cortezas del Sauco blanco y por mucho tiempo, muchas culturas la utilizaron. La forma en que la preparaban era más o menos rudimentaria, en caldos, tés, y luego algunos osados intentaron otro tipo de extracciones. La ciencia puso manos en el asunto y sintetizó, gracias a los trabajos de Charles Frédéric Gerhardt en 1853, el ácido acetil salicílico. Unos años antes, en 1828 Johann Buchner, profesor de Farmacia en Múnich aisló una sustancia amarga y amarillenta conformada por agujas cristalinas a la que llamó salicina. Pero para ello, pasaron siglos de estudios y usos de la planta. Y pasarían más años hasta que todos tuviéramos en la farmacia la síntesis eficaz, llamada Aspirina, en virtud de los trabajos de Bayer. 
 
En todo esto pensaba mientras tomaba una aspirina para acabar con el malestar que me dejó el covid 19. Tenerlo fue como un duelo. Verle, por fin, la cara al asesino de mi madre. Una semana de lucha, fiebres que iban y venían, tos, flema, y un insoportable dolor en el esqueleto. Y es que, cabeza dura, no quería tomar ningún antiinflamatorio o antifebril. Era un duelo cuerpo a cuerpo, sin "armas" externas. 
 
Pero cuando los síntomas más insidiosos pasaron, pensando ya estaba ganando la lucha, el malestar volvió a aparecer. Y sentí como si una aplanadora hubiera pasado encima de mi. Y entonces probé con la aspirina. Y el dolor ocular mejoró, la espalda también, y sentí esas ganas de vivir que por momentos el malestar te conduce a olvidar. 
 
Y del análisis de la historia de la aspirina yo saco una conclusión sobre los preparados que se elaboran desde humildísimos laboratorios de alquimistas. Hablo de laboratorios rancios, sucios, desordenados, que están a años luz de lo que son las salas anticontaminación que disponen las farmacéuticas y que tuve ocasión de estar dentro de una en mis trabajos anteriores. 
 
No solo se evidencia la falta de limpieza en los laboratorios de los alquimistas, sino que pretenden lograr en sus matraces lo que a la historia de la farmacia le llevó siglos de trabajos concatenados. Y eso que, por ejemplo, en el caso de la Aspirina, la fórmula estaba declarada y no se había cifrado. ¿Qué podremos encontrar entonces en operaciones que jamás fueron divulgadas, que se cifran sobre un enorme azar, y una gran imaginación de parte del operador, tan grande que no se los llamó Alquimistas, sino Artistas, porque encontrar la solución al asunto era más algo digno de un artista y sus disimiles puntos de vistas creativos?. 
 
Por eso, cada año,  mueren alquimistas en sus reductos de laboratorios. Fallecen a consecuencia de ingerir lo que consideran es la Gran Medicina y que termina siendo un Gran Veneno. Son guiados por el corpus alquimico y su enrevesado lenguaje críptico y se creen más listos que otros y capaces de descifrar los tratados antiguos. Desde pedestales de enorme egocentrismo te hablan de forma velada de sus operaciones, enseñan matraces con sustancias rojas resplandecientes y con ese actuar se creen mejores que nadie. Nunca revelan que hacen. Pero al cabo, mueren de sus pócimas. Tampoco jamás consultan con la ciencia oficial qué cosa es lo que tienen en sus redomas; si total Paracelso, el borracho, ya lo decía todo. 
 
Al final, la lucha la gané con la Panacea Universal que todos llevamos dentro: el fabuloso sistema inmunológico. El covid fue vencido. Esta guerra la gané, pero la edad y la vejez nos presentarán muchos más adversarios.
 
 

 

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