Sombras siniestras en la noche de Buenos Aires

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En pleno Barrio Norte, sobre la calle Laprida, se alza un edificio de curiosas características arquitectónicas. Me habían escrito por correo algunos de sus inquilinos sobre lo que sucedía en la noche. Y cuando dispuse del tiempo necesario me dirigí hacía ahí a investigar. 
 
“Se trata de sombras que aparecen en la noche, transitan por los largos pasillos del edificio y se desvanecen. Pero no son reflejos, tienen siluetas antropomorfas.” 
 
El correo me suplicaba fuera a investigar el asunto. Me recordó las entrevistas a los padres Anneliese Michel, la chica que moriría en un exorcismo: afirmaban ver sombras en los pasillos donde estaba la habitación de su hija. Lo mismo cuenta en su libro Beware The Night, el ex sargento de la policía Ralph Sarchie's. Y lo mismo me relató Graciela, una amiga de mi padre, que le sucedió en Don Torcuato. 
 
Llegué de noche, rondando las 2230hs. Lo primero que hice fue conversar con el portero para que me pusiera al tanto de esos rumores, que los corroboró entre risas. Luego, hablé con los inquilinos que me habían escrito sobre estos episodios. 
 
Debo reconocerlo. El lugar no era agradable. La construcción era bastante antigua y me retrotrajo a mi infancia y esas casas con zahuanes oscuros y húmedos. Por algún motivo pensé que jamás me habría gustado vivir en ese edificio. 
 
En el departamento de mis entrevistados me contaron en detalle el curioso episodio, que prometo en algún momento ampliar en un libro como se merece. Se trataba de sombras que aparecían cuando iban a la terraza, en los pasillos en tinieblas, eran siluetas nítidamente diferenciadas de las sombras. 
 
- También lo he visto en las calles, llegando alguna noche a altas horas. Deambulan como si fueran barriletes oscuros movidos por el viento. Salen de atrás de los árboles. Es siniestro verlos. Se te pone la piel de gallina. 
 
- ¿Saben si alguno más del edificio los vio?. 
 
- No lo sabemos – me dijo la mujer, de nombre Eleonora, morocha y de mirada triste – porque trabajamos mucho en hospitales y llegamos tarde a la casa. Casi no nos damos con nadie. Los fines de semana salimos casi siempre. 
 
- Varias veces los vi en la terraza – dijo su marido, Mario, un hombre robusto, entrado en años, quizá le llevaba 10 o 15 años a su mujer. 
 
- ¿Podremos ir a la terraza ahora? – dije e insistí. 
 
Se miraron entre si y casi al únisono dijeron:
 
- Por supuesto. 
 
Avanzamos por esos pasillos con las lámparas de luz de baja intensidad que imaginé debió disparar todo tipo de sugestiones. La poca luz siempre rescata instintos primitivos y miedos irracionales, me dije. Y en la puerta de la azotea Mario se detuvo. Nos dijo que hiciéramos silencio. 
 
- ¿Lo oyeron?. 
 
Nos quedamos en silencio, agudicé mis oídos, pero nada. 
 
- Debe ser mi imaginación. Perdonen. Es que a esta hora no me gusta andar por el edificio. 
 
En la terraza todo se vio de lo más normal. No había nada, y el espacio era amplio. Sólo algunas sábanas colgadas de algunos vecinos, los edificios a la distancia y en cercanía las ventanas iluminadas del edificio de al lado. Nos quedamos un rato conversando ahí mismo, pero no sucedió, como era de esperar, ningún evento extraño. 
 
Me despedí de la pareja y de nuevo charlé con el portero. 
 
- Sí, yo no te voy a decir que no vi algo en alguna noche. Una vez me llamaron del piso 12 para que fuera a calmar a un vecino que no paraba de rasguñar las paredes. Pero en ese piso hay un departamento que está vacío y parece que los ruidos venían de ese departamento. Lo abrí, para ver que no se hubiera colado algún okupa, pero estaba vacío. Los vecinos decían que oyeron rasguños horribles y siseos insoportables provenir de ese departamento vacío. 
 
- Es tarde, pero me gustaría hablar con esos inquilinos. 
 
- No tendrás suerte, se mudaron hace tiempo. 
 
Charlamos un rato más y decidí ir por el barrio a inspeccionarlo. Después de todo, también se veían las “sombras” por las calles. En un kiosquito sobre Laprida, que estaba abierto las 24 hs , compré unos chicles y pregunté, como quien pregunta el clima, si había oído rumores en la cuadra sobre apariciones fantasmales o sombras siniestras. El vendedor, Diego, me negó en redondo todo, sin dejar de inspeccionarme para ver si estaba en mis cabales o si debajo de mi abrigo asomaba el chaleco de fuerza. 
 
Durante un rato me quedé parado en la vereda, escrutando la fachada del edificio en cuestión. Me hubiera gustado incluir en este artículo unas fotos, pero debía mantener mi promesa de no revelar la locación de estos hechos, al menos por ahora. Por eso, incluyo una imagen alegórica para retratar este informe. Continuará, en mi próximo libro, de fecha incierta, todavía no escrito, titulado Cazador de Espectros…¿o Demonios?. 
 
En fin, para sumar a este breve informe, incorporo este video que me pasó un querido amigo, Ezequiel,  de unas cámaras de seguridad donde se aprecia algo que aparece, una suerte de silueta. Se lo pasó su novia que trabaja con las personas de seguridad que registraron esta escena.
 
 



¿Cuál es la explicación? Sin duda, podemos estar ante una Pareidolia en este caso. El cerebro humano tiende a interpretar todo como algo reconocible. Es un sesgo cognitivo muy estudiado. Un insecto, pasando cerca de la cámara, podría dar lugar a una Pareidolia. Por eso, en este otro ángulo en el mismo lugar y el mismo instante, no se aprecia ninguna cosa:


Lo que evidencia que fue algo cercano al lente de la primera cámara, probablemente un insecto, como se aprecia que vuelan por el lugar.

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