La fe que crea marcas de sangre

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Ayer a la noche nos reunimos con unos buenos amigos a conversar de todo un poco. Yo venía leyendo Los fenómenos físicos del Misticismo, y me sorprendió gratamente la lectura porque el autor, Herbert Thurston no se cree de buenas a primeras los relatos milagrosos que rastreó en el pasado sobre los santos ascetas. Muy por el contrario, ofrece cierto rigor crítico, enseña los fraudes que hacían en el pasado los estigmatizados, y sin embargo, deja entrever que algunas personas pudieron desafiar la fisiología y generar por sugestión o vaya uno a saber qué mecanismo, las marcas de Cristo en el cuerpo. 
 
La conclusión de Thurston no deja lugar a dudas de que en muchos casos lo que sucede es esto mismo (sic): 
 
“Es digno de recalcar el gran número de casos, algunos de ellos muy remotos, donde el estigmatizado ha declarado - y no hay ninguna razón para dudar de su sinceridad - que la sensación de pena en la parte afectada fue muchos meses, e incluso años, anterior a la aparición visible de las cicatrices o llagas sangrientas” 
 
Esto significa que los grados de histeria de los “Santos” fueron creando el “caldo de cultivo” para la manifestación religiosa en sus cuerpos (estigmas, ayunos, curaciones, emanaciones de fragancias inexplicables, etcétera ), algo muy parecido a lo que insistí grandemente en mi libro Cazador de Quimeras, donde es el alquimista el que fomenta, en su empeño por alcanzar elixires extraordinarios, un estado sugestivo en su persona, de manera que al beber la pócima cree que ve cosas que están más allá de lo ordinario porque pasó años pensando en que era factible dicho evento. 
 
En definitiva, es la mente la que se confabula con la creencia para forjar una delusion de nuestro entorno o una modificación en nuestro cuerpo, creando estigmas, sarpullidos, pensando que vemos espíritus, creyendo hacemos viajes astrales,  etcétera. 
 
Lo que siempre me pregunto es que pasaría si en vez de pasar meses o años empeñados en la idea absorbente de que te salgan las marcas de la Pasión de Cristo en el cuerpo, lo proyectáramos en una salud extraordinaria ¿tendría el mismo efecto? ¿Seríamos inmunes a enfermedades? ¿O necesariamente debe estar la contraparte religiosa metida en este asunto para “activar”/ “impulsar” el mecanismo fisiológico necesario?. 
 
Desconozco, pero sigo leyendo el libro… 
 
Dejo un video que hice hace mucho tiempo atrás del tema.
 

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