El hombre que armaba los platos voladores : alerta spoiler!

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Publicada originalmente en FactorelBlog



Nunca olvidaré el día en que un parapsicólogo autodenominado “licenciado” era jalado por manos invisibles hacia el agujero de un pozo que, según el noticiero, se hallaba en una llamada “Casa del Terror”. El micrófono lo sostenía un cronista de cabellos blancos. Aquella noche mi mente febril imaginó toda clase de cosas y me convencí de que lo sobrenatural existía. Y es que, si eso lo enseñaban en los medios de comunicación, en el informativo que veía mi madre donde depositaba todas sus convicciones sobre la sociedad y el mundo, entonces lo que estaba viendo también debía ser real. 


En mi mente infantil no existía la posibilidad de fraude, porque era un periodista. Sin embargo, el tiempo pone las cosas en su lugar. Y lo que creí auténtico se comprobó un engaño televisivo, una farsa de alguien que jugaba con la inocencia e ignorancia humana en beneficio personal. Lo mismo que hoy diezma Youtube y varias redes sociales. Los límites entre la mentira y la verdad se han difuminado, con tanto alboroto y la moda de la IA. 
 
Así, llegamos a la película de la que todos hablan, “El hombre que amaba los platos voladores”.
 


Dejando de lado la impecable actuación de Leonardo Sbaraglia –cuyo talento, creo, nos ahorró momentos soporíferos–, la película me pareció una suerte de reivindicación del argentino chanta, oportunista, mentiroso y vende humo, pero que, en el fondo, quiere ser místico. Diego Lerman no parece ponerse de acuerdo en si lo debe considerar charlatán, fabricante de fake news o contactado en una misión extraterrestre. Por cierto, el director advierte que se ha tomado todas las licencias al crear la trama artística de la película. Y con eso debemos disculpar lo que vemos: no es el José De Zer que todos conocimos por Canal 9. O sí. Pero es un personaje de ficción. Aunque al final las escenas del verdadero José ¿para qué están? 
 
Por momentos, el protagonista parece el típico elegido, con una misión sobre la autenticidad de las visitas de platos voladores en el planeta. En otros, es un chanta que enseña a un niño a mentir ante las cámaras y fabrica todos los escenarios posibles para el engaño. Pero la película parece rendirle homenaje a su lado –inexistente, en realidad– esotérico. Al final, parece el salvador de la humanidad que encuentra la evidencia sólida de las visitas extraterrestres. Y sale victorioso, investido en gloria por los bomberos, dejando la evidencia ET a su hija antes de desaparecer en una escena de dimensiones bíblicas. 
 
Ese final poético, desproporcionado, no se condice con el periodista mentiroso y charlatán que fue José de Zer. Podemos pensar que es un final metafórico y propio de una ficción. Pero, en tal caso, el personaje de ficción debería ser otro, bien diferente del real. De nuevo me pregunto ¿es José de Zer o un personaje inventado por Lerman? 
 
En este sentido, parece que el director no se pone de acuerdo. Es parte de su arte. Porque ha hecho una investigación profunda de su personaje, no en los ámbitos de la imaginación, sino en concreto en los archivos de Canal 9. Y lo ha hecho así porque, por más libertades artísticas que pudiera tomarse, su base fue el auténtico de Zer, el charlatán. Entonces, vuelvo a preguntarme: ¿Es José de Zer, el de la película? ¿O es un personaje inventado que tiene un remoto parecido? 
 
Es cierto que el director hace rodar la historia en otro lugar, en otro contexto y hasta en vez de llamarle Canal 9 es Canal 6. Pero, más allá de tales evasivas, ¿esto evita que todos pensemos que estamos viendo a “nuestro” José de Zer de toda la vida? 
 
La película me hizo pensar en que, al fin y al cabo, si en una ficción es posible transformar a un charlatán en un mesías, no nos debería extrañar ver convertido a un JJ Benítez en el Neo de los Ovnis donde se reivindiquen sus investigaciones sobre la alienígena Ricky B, Ummo y las bases lunares. Hasta puedo imaginar a Benítez flotando en su cuna de Caballo de Troya en un final tan romántico como el de “El hombre que amaba los platos voladores”. No le llamarán Benítez, quizá Juanjo, pero todos sabremos de quién se está hablando y cómo se poetizó su figura. Quienes no hayan conocido su periplo engañando a medio mundo con el misterio, verán con buenos ojos su figura enaltecida. Lo mismo podría suceder con Erich von Däniken: al final, imagino, las pirámides abrirán su cúspide y viajará a otra galaxia. En una ficción, con ese mismo sentimiento, a los charlatanes podemos trocarlos como se nos plazca. A eso le llaman libertades artísticas, yo prefiero llamarle tergiversación. ¿Imaginan una película donde Calígula es Súperman, o Batman? Claro que se puede, pero queda un sabor amargo. 

En mi humildísima opinión –quizá sesgada o demasiado crítica– los personajes históricos no pueden ser trastocados a conveniencia del arte para enaltecerlos como aquello que jamás han sido. Sólo se siembra confusión. Alguien podrá contestar que es una simple película, lo sé. No me quita el sueño. La verdad, puede filmarse lo que se quiera. Después de todo, en «Érase una vez en Hollywood» retratan a Bruce Lee como un mal peleador y a Brad Pitt como un héroe que incluso trunca al clan Mason evitando la tragedia de Sharon Tate. Es un universo paralelo. Y se acepta. Porque al final no salen las escenas reales de Bruce Lee ni de Charles Mason, porque simplemente no existieron. Pero en “El hombre que amaba…” salen esos créditos. 

Me refiero al verdadero José de Zer trasegando por las montañas o adentrándose en minas abandonadas, casi un calco de lo que vimos minutos antes en la ficción. Por eso, insisto, si todo fue una ficción, si para crear el personaje se tomaron todas las licencias habidas y por haber, ¿para qué terminar la película mostrando al verdadero José, que dista mucho del personaje creado por Lerman? La respuesta me la dio mi hijo de 11 años, al preguntarme, ajeno a todo “¿Es verdad que este tipo existió? ¿Lo seguían los ovnis? ¿Lo abdujeron? ¿Veía ovnis en las montañas?”. No, es todo mentira, le contesté. Es ficción. Y me retruca: “¿Y para qué ponen al final al verdadero, con las mismas escenas de la mina o las piedras grabadas con ovnis?” Entonces, le explico una vez más: Es ficción mezclada con la realidad de un personaje que supo generar 50 puntos de rating en beneficio propio a costa de pisotear la verdad. “¿Y no podían inventar alguien que no hubiera existido?”, me retruca. Quizá. La palabra “tomarse licencia” parece perdonarlo todo. Pero, al final, lo que se siembra es lo mismo que hizo José de Zer en su época de gloria: confusión.


Publicado originalmente en Factoelblog

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