El fraude del sudario de Turin o Sabana Santa de Cristo

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La existencia de Jesús de Nazaret (o mejor: “Yeshua el Nazareo”) puede ser o no algo demostrable. Muchos historiadores –en especial aquellos afectos a la hagiografía cristiana– no tienen dudas. Lo que, ciertamente, genera incertidumbre es su vuelta a la vida, su resurrección; territorio ya de la fe.

Y sin embargo, crease o no, existen “especialistas” e “investigadores” que creen haber hallado la evidencia definitiva de, no sólo la existencia de Cristo sino también su gloriosa resurrección (y por añadidura la existencia de Dios). Y es ahí cuando entra en escena el sudario de Turín: famosísima mortaja que habría envuelto al Nazareno una vez descendido de la cruz.

Ya todos sabemos que este lienzo o Sindone (del griego Sindwn, “tejido fino de lino”) mide más de cuatro metros de longitud y que su mayor atractivo reside en que se trata de un inmenso negativo fotográfico ¡En pleno siglo I de nuestra era! Claman a voz en cuello los sindonologos.

Que los azares del fotógrafo Secondo Pia en 1898 lo regurgitaron de su eterno ostracismo y lo pusieron en primera plana. Que luego, de a poco, se fue erigiendo la sindonología, abarcando premeditadamente diferentes ramas de la ciencia en un intento desesperado por demostrar con el avatar científico los milagros de Dios.

Pero todo cayó, aparentemente, con el duro revés que dieron los laboratorios de Radiocarbono (C14) al demostrar infaliblemente que la reliquia databa del medioevo.

Se habló de pólenes, de falsas pruebas, de engaños y de monedas leptones, pero a la sazón nada válido se pudo demostrar.

El microscopio científico fue más lejos que nunca pero siempre con el límite de la fe. Entonces aquellos clamores incontenibles de sindonologos, “¡Hasta la Ciencia dice que Cristo ha resucitado!”, fueron sesgados vehementemente.

Y sin embargo, quien lo diría, un nuevo descubrimiento del Instituto de Física de Londres volvía a la carga con nuevas hipótesis. Y en rigor, este capitulo y líneas nacen de aquello.

Tentado estoy de enumerar ahora mismo aquellas afirmaciones y razonamientos encadenados que vertí en su oportunidad para desmitificar aquel lienzo, pero no lo haré (lo podéis verificar aquí mismo). Bastara, digo yo, que señale unos detalles que a simple vista cualquiera mortal puede comprobar. Incluso los científicos. Eso, si dejan de mirar fijamente sus microscopios.

Al principio –lo confieso- fui uno de aquellos adeptos al Sudario de Turín, creyente de su autenticidad y esperanzado en que allí habría de alojarse multitud de respuestas.

Y sin embargo, la investigación, la dura objetividad y, por sobre todo, mi cariño por la verdad, terminaron por desengañarme. Es cierto, tenía necesidad de creer en aquel lienzo, pero también tengo necesidad de respuestas verdaderas.

Es por eso que lo que escribo a continuación no es un argumento de un escéptico de “pura sangre”, sino de un ingenuo creyente de todo y casi nada.

¿Que dice el instituto? Pues que un puñado de hombres que estudiaron el sudario han arribado a la conclusión de que aquella tela de lino, chamuscada por incendios antiguos, presenta una imagen al dorso que concuerda con la de la cara frontal. Y no sólo eso.

Como refiere el profesor de la Universidad de Padua, Giulio Fanti, - y que podemos hallar expresado en diversos medios, como CNN en español- :

“A pesar de que la imagen es muy vaga, figuras como la nariz, los ojos, el pelo y la barba están claramente visibles".

También, aquel profesor -que basó sus estudios analizando exclusivamente unas cuantas fotografías- señaló:

“Hay unas pequeñas diferencias con la cara del lado frontal del manto. Por ejemplo, la imagen de la nariz al dorso muestra que las dos fosas nasales son del mismo tamaño, a diferencia de la imagen del frente”.

Modestamente, intentaré, si tal cosa es posible, dar un poco de orden a este asunto.



EL NACIMIENTO DE UN FRAUDE

Volvamos al medioevo. En aquella edad, y tal vez desde tiempo atrás, el principio de la cámara oscura era sobradamente conocido. En un manuscrito Árabe de Alhazen (965-1038) figura una descripción bastante detallada del procedimiento.

Consistía, básicamente, en dejar pasar la luz solar en una caja o cuarto oscuro a través de un pequeño orificio, proyectándose las imágenes exteriores, invertidas, en la pared opuesta a dicha oquedad. Para plasmar el objeto era preciso emulsionar la tela con alguna sustancia química que fuera sensible a la luz.

Esta era la manera en que algunos “adelantados” –en secreto, sumidos lejos de la ignorancia del vulgo- fotografiaban en la antigüedad.


("La luz solar pasa a través de un pequeño orificio efectuado en un cuarto cerrado por todos sus lados. En la pared opuesta al agujero, se formará la imagen de lo que se encuentre enfrente". Eclipse solar observado en Lovania mediante una cámara oscura, 1544. Ahora bien, esto fue demostrado por algunos investigadores –es el caso del británico Keit Prince que obtuvo, albúmina y sal de Cromo de por medio, un lienzo semejante al de Turín.)

Tras exponerlo en una cámara oscura a la radiación solar, lo lavó con agua fría para eliminar vestigios de la emulsión que no fueron afectadas por la luz, y finalmente lo colocó en un horno produciendo que se chamuscara ligeramente la tela. De esta manera llegó a un replica –sin los siglos a cuesta- del sudario empleando métodos simples y lógicos. He aquí la albúmina, único producto encontrado en la reliquia.

He aquí aquella “misteriosa radiación desconocida” con la que se cubren las espaldas los sindonologos aficionados al sensacionalismo. Claro, existe: su fuente es el sol. Y he aquí por qué aparece detrás una imagen endeble que ahora causa revuelo. Aquí están aquellas “pequeñas diferencias” que mencionaba aquel profesor de Padua.

Ahora se entiende porque “las dos fosas nasales son del mismo tamaño, a diferencia de la imagen del frente” (cuestión de ajuste óptico). Y es propiamente “el hecho de que la imagen está en los dos lados” lo que, a diferencia del buen profesor, hace sencilla cualquier falsificación.

Es natural que así sea. Eso indica, bien a las claras, que se plasmó por medio de la cámara oscura.

Donde incidió la luz está más nítido, y donde inevitablemente absorbió la emulsión y luego el calor de un horno chamuscó está menos notorio.


(Cámara oscura portátil de Kircher, 1646.Durante el siglo XVI el napolitano Giovanni Battista Della Porta aportó grandes avances a la óptica de la cámara oscura. Y hasta me atrevería a decir (por simple especulación), dada la intensidad y ahora la distancia del objetivo detrás de la tela dorsal, que fue efectuado al mediodía en un día sofocante de verano.)

Pero dije que llamaría la atención sobre los puntos observables en el lienzo.

Porque ¿para qué estudiar y analizar tan minuciosamente la historia, los pólenes, las monedas, las arrugas y las manchas de la sábana si la propia imagen nos revela que todo se trató de un engaño? Basta observar.

Además, y me permito este punto filosófico:
¿No es más probable que alguien en el siglo XIV o XVI diera con los principios de la fotografía, a que se obrara un prodigio material para confirmar una realidad espiritual?

¿Nunca se preguntaron por qué los mismos Evangelios no mencionan aquella impresión tan misteriosa, si está legible hoy día, mucho más hace siglos atrás? ¿Entonces? Creo que los evangelistas no hubieran olvidado este poco menos que importante “detalle”.




LA OBSERVACION DE LA VERDAD

Prestemos atención a los detalles. A priori surgen los brazos y manos. Son extremadamente largos. Y para cualquier mortal que se cubriera el pubis emulando al crucificado –que recordemos: era cadáver- le resultaría un asunto empantanoso llegar a aquella zona con la naturalidad de aquel. Salvo, claro está, que se fuerce la postura y elevemos los brazos hasta casi ponerlos en línea con los antebrazos; proeza inverosímil para un cuerpo yermo.

Luego la cabeza, es excesivamente pequeña; contradice los cánones anatómicos. En la sección frontal y dorsal hay desigualdades de dimensiones.

¿Cómo se explica que un cuerpo tendido sobre un suelo pétreo no haya dejado aplanado en la imagen las zonas corporales que reposaban en contacto con dicha superficie?

Sencillo, zanjan los sindonologos: “Porque el cadáver levitó”. Así, al menos, lo afirman Marvizón, J. J. Benítez, Francisco Anson, y otros.

E incluso los propios científicos involucrados.

¿Qué es más probable? ¿Una protofotografia que consuele estos defectos visibles, o el poder Divino y sus Misterios tomaron parte del asunto?

Por amor de Dios, ¿en qué mente cabe la posibilidad de que un cuerpo envuelto en una sábana, ceñido con fajas o no, pueda dejar impresa –sea la radiación que sea- una imagen tan nítida, tan detallada, tan escalofriantemente exacta sin arrugas que la deformen ni uniones que produzcan resultados grotescos?. Sólo el sudario de Turín. Y ello es evidente porque estuvo expuesto en un enorme bastidor. Nada de dobleces.




(Véase la carencia total de uniones entre la cabeza, los costados, las piernas, los brazos, como es del todo natural si se envolvió un cuerpo. Los pliegues son inevitables. Y las deformaciones, sean las radiaciones que sean, también. Insisto: sólo en una tela estirada puede plasmarse tanto detalle.)




Su crudo realismo, su gran eficacia como reliquia se basaría –y lo digo como hipótesis de trabajo- en que la protofotografia se efectuó probablemente a una persona que padeció las marcas verdaderas de la Pasión citadas en los Evangelios.

Es más: a aquel infortunado lo azotaron sistemáticamente, lo crucificaron, le calzaron las espinas y luego, tras la lanzada, lo retrataron mediante el sistema de la cámara oscura. Nada de misterio. Nada de conocimientos médicos. Sólo teología. Sólo aberración y crueldad. La misma que llevó a algunos sindonologos –es el caso de Pierre Barbet- a experimentar con cadáveres para ver si sus teorías se condecían.

He ahí los rastros de sangre, la circulación post-mortal y pre-mortal, la imagen anatómicamente correcta que menciona el Dr. Robert Bucklin. Así, también, se explica que el falsario no hubiera precisado luz ultravioleta, puesto que la propia técnica –la cámara oscura - en si misma dejaba, como digo, trazas de albúmina de suero.

Aquí está la muestra más clara del realismo de la sábana. Los fieles no decaerían en fe -y diezmos–y tendrían una novísima reliquia. Esta vez nada de pinturas.

Y reflexiono. ¿No es extraño que coincidiendo con el controvertido film de Mel Gibson, “La Pasión de Cristo”, salgan ahora están nuevas declaraciones sobre el icono que más promueve la fe cristiana?

¿Casualidad?, ¿O: propósito?



NOTA FINAL

Ni bien terminé de plantear esta atractiva hipótesis, encontré un viejo informe del profesor Henri Broch, sobre el sudario. Lo interesante de su informe es que fue escrito muchísimo antes de que fuera tan controvertida ésta reliquia y que tantas tergiversaciones ocurrieran a lo largo de su difusión.

Personalmente no encuentro desperdicio en su informe. Es más: lo veo casi profético en algunos hechos. Como por ejemplo al datar la falsificación -basándose en el arte gótico y otras características- como del Medioevo. Mucho antes, huelga decirlo, de que fuera datado por el carbono 14.

Aquí, para el que desee, está el artículo publicado originalmente en Código X (gracias a Rafa por el escaneo!).






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