Imagen: Daniel Vercelli |
Las dos figuras se recortan entre las ramas y troncos de los árboles en tinieblas de Palermo. Una forma encorvada, desnuda, se frota con una mano y un trapo entre las piernas y el trasero. La otra forma se agacha para ¿defecar? ¿orinar? Imposible saberlo a la distancia.
Continuo corriendo e imaginando la degradación humana que, con cada metro que avanzo, más lejos queda de mi persona. Siento una mezcla indefinida de repugnancia y tristeza. Por un lado, aquellas personas, que no son ni vagabundos ni miserables, sino otra forma de ser humano, conocida como travestis, tienen que vivir de las migajas del sexo que ocasionales clientes les dan. Por otro, vivir en un mundo repleto de sufrimiento – o con el sufrimiento a la vuelta de la esquina.
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No puedo dejar de imaginar, en aquel acto de asperjarse el trapo entre las piernas y el trasero del travesti, un mundo microscópico de bacterias rondando por sus manos.
Las mismas manos que momentos después tocarán el cuerpo de algún cliente, y que el cliente transportará sin darse cuenta ni importarle.
Esto es lo que se ve de noche corriendo por los lagos de Palermo, en Buenos Aires, Argentina. La rendición del hombre a sus deseos. El inicio de la rueda del sufrimiento que Schopenhauer hizo alusión en su día: deseo, satisfacción, tedio, de nuevo deseo.
Sólo se me ocurre una forma de romper con dicho círculo vicioso: la aspiración a pensamientos elevados, la busqueda incansable de la verdad, si tal cosa es posible encontrar en al vida de una persona.
Pero a veces, sencillamente, y los compadezco, la naturaleza sexual prevalece ante todo discernimiento. Y no podemos dejar de hundirnos en el fango de los deseos.
Por este motivo escribi Anécdotas Urbanas, con historias non fiction, cuyo eje principal es el deseo, el sexo. Lo pueden adquirir aqui mismo: