Los monjes que se momificaron en vida

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La inmortalidad tiene muchas caras. Esta es una de ellas, no la más símpatica: todo lo contrario. Algo de horror se trasluce en esta forma de inmortalidad.

En la prefectura de Yamagata, encontré muchos templos sagrados de índole budista que se esparcen de un lado a otro en los bosques. 



En el pasado, la gente que iba en busca de tales templos sabía que no volvería. Según tengo en los registros históricos, se crearon los centros religiosos en las montañas de Dewe Sanzan, Haguro, Gassan y Yudono, hace cerca de 1400 años. 

Fue en 593 que el joven príncipe Hachiko, huyendo del emperador Sushun tras el asesinato de su padre, se refugió en las montañas. 

A lo largo del tiempo, Hachiko se dedicó a practicar ejercicios ascéticos adorando a la deidad de la montañan, Haguro Gongen. 

Años después comenzaron a hacer peregrinaciones innumerables personas en los meses de verano, que eran los meses más calmados para tales recorridos. 

En 1950 un grupo de científicos se apersonó en las montañas. Querían ver a los monjes con otro fin diferente al religioso. Quería ver sus momias. Vista del bosque Vista del bosque 

 LAS MOMIAS JAPONESAS 

El rumor de que existían unas momias perfectamente conservadas había llegado a la comunidad científica que se apersonó por primera vez allí. Se trataba de seis monjes budistas momificados en los cinco templos en la prefectura de Yamagata. Se analizó a las momias, que llamaba la atención que no estuvieran envueltas en telas, sino todo lo contrario: vestidas y con su piel seca y coriácea visible en sus rostros y manos. 



Pero lo que llamó la atención fue la técnica que usaron para momificarlas ya que el clima es muy húmedo aquí en Japón. Vale aclarar que usualmente las técnicas de momificación consisten en extraer todo material que podría atraer bacterias, insectos y hongos que pudieran dar lugar a la descomposición y mal olor. 

Para eso, lo primero, es remover los órganos internos. Pero lo curioso de las momias de Yamagata era que sus órganos internos seguían intactos y, lo que fue aun más extraordinario: se habían comenzado a secar antes de morir. 

En otras palabras: la momificación era estando viva la persona, en lo que se trataba de una inmolación ritual. Los monjes, al término de su vida, se momificaban ellos mismos. Así se concedían la eternidad.

LA CREENCIA DE LOS MONJES 

Según las investigaciones, los monjes de Yamagata pertenecieron a la escuela de Shingon del budismo, que combina un budismo esotérico con creencias de Shinto. Los monjes eran ascetas extremos. 

Creían que la privación física les permitiría contemplar lo que esconde el velo del mundo. Por tal motivo, podían practicar todo tipo de cosas: sumergirse en ríos helados para meditar o quemarse el cuerpo para negar su ser físico. 

Eran convencidos de que el autosacrificio redundaría en beneficio de los demás y que era una forma espiritual de alcanzar la gloria. 

Para ellos, morir momificados era un acto que les permitía ir al cielo budista de Tushita donde vivirían dos millones de años. A través de quedar físicamente atados a la tierra podían alcanzar niveles de poder espiritual increíbles. Por eso, decidían momificar para dejar sus cuerpos. Para ellos, ese asunto era clave. 



LA AUTO MOMIFICACION 

La técnica se llamaba sokushinbutsu. Consistí en comer granos y cereales, comiendo sólo frutas durante exactamente 1000 días. 

En tanto, meditaban, y se sometían a la comunidad ayudando. Tras los siguientes 1000 días, el monje sólo comía semillas. Al final de los dos mil días de ayuno, el cuerpo del monje había desaparecido en virtud del hambre y la deshidratación. 

Eran casi cadáveres vivos. El sufrimiento era indecible, pero era lo que buscaban para levantar el velo del mundo. 

El proceso de momificación eliminaba el exceso de grasas y agua, que eran la fuente nutritiva de bacterias e insectos tras el deceso. La pagoda de cinco pisos cerca de la parte central del Monte Haguro. 

La pagoda de cinco pisos cerca de la parte central del Monte Haguro. Muchos monjes bebían un té confeccionado con la corteza del árbol de urushi durante su ayuno. 

Este árbol tiene una savia venenosa, usada en general para fabricar barniz, y es tan tóxico que su vapor ya puede causar erupción. 

Al beber esta infusión sólo aceleraron su proceso hacía la muerte. Y a la vez, alejaban de su cuerpo todo insecto. Una vez que el monje quedaba como una especie de cadáver viviente, en su etapa final, se retiraba a una tumba estrecha especialmente construida para sentarse en posición de loto. Allí sus discípulos lo encerraban, dejando un pequeño orificio para respirar. 

Los últimos días de los monjes la pasaban meditando en su tumba, tocando una campana día tras día, revelando con esto que todavía estaban vivos.  

Cuando no sonaba más, es que habían fallecido y sellaban la cripta. Tras este ritual, dejaban pasar mil días y abrían la tumba para examinar el cuerpo. Si no había señal de decadencia, de putrefacción, el monje había logrado el sokushinbutsu : se había convertido en buda viviente. 

Hubo cerca de un centenar de monjes que lo intentaron y fracasaron. El primero data de 1080, llamado Shōjin. Apenas una docena tuvieron éxito a lo largo de los años. Pero la técnica se ha ido refinando a través de pruebas de ensayo y error. 

Y aunque muchos siguieron una técnica concreta, también fracasaron. No toda la fisiología responde igual. En fin, en 1870, el emperador Meiji terminó con la auto-momificación en Japón, y actualmente ya no se practica.


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