Todos los días el gatito gris miraba absorto como la paloma se posaba en el alfeizar del balcón. Se agazapaba y se queda fijo observándola sin mover el menor músculo. Cada día, cuando su dueño abría el balcón el gatito se aproximaba donde solía ver a la Paloma y trataba de llegar hasta el alfeizar de madera. Había una red que se lo impedía y aunque lo intentaba, no podía. Esa red, además, lo protegía de los más de 12 pisos que tenía de caída si en una de esas desafiaba la gravedad.
En la mente del gatito entendía que aquella Paloma podía volar por los cielos y entonces los cielos eran como los suelos donde caminaba, otra sustancia donde deslizarse. Por eso, día a día, comenzó a masticar, sin que su dueño se percatara, la red que le impedía acceder al alfeizar.
La Paloma, puntual, venía todas las tardes. Pero no todos los días le abría el balcón su dueño. Debía contar con las escasas ocasiones en que le dejaba abierto para ir mordiendo la red y haciendo una oquedad apropiada. Ya llegaría el día en que tuviera esa red rota y la Paloma se posará donde siempre y pudiera ir con ella por los aires volando, tal vez sujetándose a su cuerpo menudo.
El gatito ensayaba ideas infantiles, porque como todos sabemos, los gatos tienen para toda la vida la mente de un niño de 2 años. Su maullido no es otra cosa que una imitación del de un niño, tanto se parecen y tanto buscaron parecerse para acercarse al ser humano.
Por las noches había otras aves nocturnas que revoloteaban por el edificio. Se trataba de murciélagos que se paseaban de un lado a otro y aquel era otro de los motivos de la red. El gatito observaba las siluetas oscuras danzar por los aires, apreciables únicamente para su vista gatuna. Pensaba que eran de la familia de la Paloma, aunque tenían las alas vertebradas y no con plumas.
Un dia el dueño dejó abierto el balcón y le tocaron el timbre, se deslizó a buscar un paquete que le había llegado del correo y el gatito aprovechó su ocasión para terminar de romper la red. Corrió velozmente apenas la puerta del departamento se cerró. Hincó sus dientes y continuó su lenta labor que llevaba meses practicando. Finalmente pudo meter la cabeza y parte del cuerpo. Se puso en dos patas y llegó al alfeizar. Ahora era cuestión de esperar.
Las circunstancias no suelen darse todas al mismo tiempo, pero en ocasión de los hechos trágicos parece que hay una concordancia diabólica en el universo. Apenas terminó la oquedad la Paloma que venía todas las tardes apareció en ese momento que era el mediodía y se posó como de costumbre. Casi podía desafiarlo al gatito desde su impotente altura. El gatito la observó fijamente y se aproximó con cautela. Introdujo parte de su cuerpo por el agujero que había hecho y, en un movimiento impulsivo y veloz, brincó para aferrarse a los plumajes del ave.
Pero la Paloma, atenta a la maniobra del felino, se elevó dejando al gatito a merced del aire y la altura que tenía de caída. El gatito intentó fútilmente aferrarse a algo, pero el impulso que le dio a su cacería le jugó en contra.
Cuando cayó supo oscuramente que no había suelos en el aire y que el viento era más intenso que estando en la tierra. No pensó que iba a morir, porque la muerte no está en los pensamientos de los animales, sin embargo, un instinto le indicó que su vida en aquel planeta llegaba a su fin y que ya no volvería a ver a la Paloma nunca más. Si hubiera sido humano se habría indagado el propósito de vivir y morir y ¿para qué nacer entonces? Pero no era un gato filósofo sino un ser muy curioso. Y eso le habría de costar muy caro.
NOTA:
Este relato iba a formar parte del libro nunca concluido Los Niños del Barro, relacionado con los felinos en el mundo. Pero decidí incorporarlo aquí. En algun momento, experimentos mediante que disponga de tiempo, retomaré la escritura de ese y otros libros.