Paracelso tomó los tres elementos de Geber—azufre combustible, mercurio volátil y sal residual—y los mezcló con especias de leyenda teosófica, no diferentes de las del remoto Oriente, por el cual él decía haber viajado.
Baas ha comparado la lectura de Paracelso con la exploración en una mina. Nos encontramos con un mundo extraño de principios mágicos, macrocosmos y microcosmos, archaei y arcana, gnomos vivificantes, sátiros, espíritus y salamandras. La existencia procede de Dios; todas las cosas materiales, del Iliaster, o substancia primitiva o primordial, al paso que la fuerza de la Naturaleza que pone en movimiento todas las cosas es el arqueo (Archaeus), o principio vital. El arqueo es la esencia de la vida, contenida en un vehículo invisible, la mumia, y en las condiciones patológicas, esta mumia debe ser extraída magnéticamente del cuerpo del enfermo e inoculada a una planta que lleve la signatura o señal de la enfermedad, de tal modo, que ella pueda atraer la influencia específica de los astros, supuesto que las enfermedades son causadas por las influencias astronómicas actuando sobre el «cuerpo astral» de los hombres.
A pesar de todo, el autor de esta confusa verborrea, el verdadero Paracelso, era un médico capaz y un hábil cirujano, generoso con los pobres, y, aun cuando podría ser despreciado y rechazado por sus groserías y charlatanerías, y hasta posiblemente por ser alcohólico, un hombre digno del mejor recuerdo humano.
En Paracelso no había nada de lo refinado y de lo exquisitamente místico del poema de Browning, ni tampoco era todo lo escandaloso, embustero, borracho y curandero que ha supuesto la tradición. Su influjo ha sido muy poderoso, y su acción, realmente útil, muy grande.
Adelantándose a su tiempo, Paracelso se separa del galenismo y de sus cuatro humores, y enseña a los médicos a sustituir la terapéutica química por la Alquimia; ataca las hechicerías y los charlatanes vagabundos, que destrozan el cuerpo humano en lugar de emplear procedimientos quirúrgicos, y se opone a la simple Uromancia y a la Astrología; ha sido el primero que se ha ocupado de las enfermedades de los mineros (occupation) y de establecer una relación entre el cretinismo y el bocio endémico; él se adelantó también a su época al señalar las diferencias geográficas de las enfermedades; es casi el único aseptista que encontramos entre Mondeville y Lister; cree en la unidad de la Medicina y la Cirugía, y en que la Naturaleza (el bálsamo natural) cura las heridas, y no las intervenciones oficiosas; recomienda los baños minerales, siendo uno de los primeros que ha analizado estas aguas; hace con el opio (láudano), el mercurio, el plomo, el azufre, el hierro, el arsénico, el sulfato de cobre y el sulfato potásico (llamado el specificum purgans Paracelsi) una parte de la farmacopea, y considera el zinc como una substancia elemental; distingue el alumbre del sulfato ferroso, y demuestra el hierro contenido en el agua por medio del ácido tánico; con Croll y Valerius, Cordus ha popularizado las tinturas y los extractos alcohólicos; su doctrina de las signaturas ha vuelto a revivir con Rademacher y Hahnemann; sus arcana iban directamente contra las causas de la enfermedad más bien que contra los síntomas de la misma (terapéutica causal), y al comparar la acción de estos arcanos, o principios intrínsecos de las drogas, como de pasada él sospecha la idea de una acción catalítica, supuesto que él piensa que los remedios no son substantivos, sino que actúan a causa del inmanente poder espiritual o quintaesencia (principio activo), siendo la causa de mucho misticismo.
Como un teorizante, él cree en que los organismos vivos descienden de un Ursckleirn, o fango primordial, y Baas le considera como anticipándose a Darwin al considerar que el fuerte dominaba al débil, del que hacia su presa; un hecho, desgraciadamente, cierto.
Su comparación de la apoplejía con el efecto de un rayo y su concepto de la atrofia como una desecación de los tejidos demuestra su desprecio por la Anatomía. Pero ninguna de todas estas cosas basta para dar idea de la preponderancia que Paracelso ha ejercido en su época por su propia personalidad.
En un tiempo en que la herejía significaba frecuentemente la pérdida de la vida, él no malgastó su tiempo en destruir mariposas volantes, sino que atacó directamente muchas importantes supersticiones, arriesgando su cuello con toda la temeridad de un atrevido reformador. La importancia concedida a su nombre puede resumirse en las líneas de la comedia de Shakespeare que le ponen en parangón con Galeno.
Paracelso era grande en comparación con su propio tiempo; no puede parecemos especialmente grande en relación con nuestro propio tiempo, en parte a causa de que, lo mismo que Galeno, Arnaldo de Villanova y otras personalidades de los tiempos pasados, sus obras están abrumadas y sobrecargadas con muchas materias inútiles o falsas y no pueden ser interpretadas correctamente más que a la luz de las modernas investigaciones.
El más acabado estudio que se ha hecho hasta la fecha de Paracelso y de sus escritos es el del profesor Karl Sudhoff (1894-99). Las principales obras de Paracelso son el tratado de las heridas abiertas (1528), su Chirurgia magna (153^), el manual en que recomienda la administración del mercurio en la sífilis (Francfort, 155 3) el tratado De gradibus (Basilea, 1568), que contiene la mayoría de sus innovaciones de química terapéutica, su monografía de las enfermedades de los mineros (Von der Bergsuckt, Dilingen, 1567) y su opúsculo de los baños minerales(Basilea, 1 576), en el que recomienda las aguas de Gastein (Castyn), Topplitz, Góppingen y Plombieres (Blumbers).
El tratado de las enfermedades de los mineros es el resultado de sus observaciones en las minas de Fugger, en el Tirol, y da en él una descripción de la tisis de los mineros y de los efectos de los gases sofocantes, siendo, en conjunto, una de las pocas contribuciones de aquella época a la medicina clínica. Ha conocido la parálisis y los trastornos del lenguaje consecutivos a los traumatismos de la cabeza. En su capítulo De generañone stultorum, Paracelso es el primero en señalar la coincidencia del cretinismo con el bocio endémico, un descubrimiento basado también en observaciones originales llevadas a cabo en la región de Salzburgo.
Todavía un largo período después de Paracelso la Química continuó siendo Alquimia, y en el siglo inmediato comenzó a sumergirse dentro de la fantástica pseudociencia de los rosacruzados. El gran patrono de la Alquimia en el siglo xvi fué el emperador Rudolfo II de Alemania, que consagró gran parte de su fortuna y la totalidad de su vida al problema del oro potable, de la piedra filosofal y del elixir de larga vida.
En las espaciosas y obscuras habitaciones de su palacio, el Hradschin de Praga, vivió en perpetua relación con los alquimistas, los espiritualistas, los astrólogos judiciales, los dotados con la doble vista y otros discípulos de la ciencia psíquica, y no hubo recompensa que creyese bastante grande para premiar a aquellos aventureros, aunque fuesen mal reputados, cuya principal ocupación era halagar a este fantástico monarca de obscuros rincones en el alma.
El crédulo Rudolfo era constantemente la presa de todo género de bribones imprudentes y de prácticos listos, sobre los cuales, sin embargo, solía reaccionar rápidamente decretando su prisión o su muerte, si dejaban de cumplir lo prometido. A su corte acudieron el sabio erudito de Cambridge John Dee, un solemne embaucador, y su ayudante, Edward Kelley, un impostor, listo e ingenioso en hacer proyecciones de los metales viles en oro, y, mirando al reflejo de una piedra brillante, ahora en el Museo Británico, producir una especie de auto-hipnotismo, hoy bien conocido como escritura automática, en cuya maniobra Kelley actuaba de medium o como persona dotada de la doble vista. Ambos fueron pródigamente recompensados.
Jhon Dee |
Edward Kelley |
Dee escapó a Inglaterra en el momento crítico; Kelley permaneció y llegó a ser un propietario de tierras de la corte de Bohemia, pero acabó perdiendo la vida, en castigo de sus embrollos e imposturas. A la Gold Alley (calle del Oro) de Praga, la calle de los charlatanes de Praga, llegaron también Michael Sendivogius, el conde Marco Bragadino, Gossenhauer y Cornelius Drebbel, el hombre de las eternas proposiciones; fué también por motivo de la Alquimia por lo que Rudolfo llevó a su corte, a la vez, a Tyco Brahe y a Kepler, con positiva ventaja de la futura ciencia astronómica.
Los principales médicos de Rudolfo, Croto von Kraftheim, Oswald Croll, Guarinonius, Michael Maier y otros fundaron la Academia Rudolfina de Medicina, de la que se convocó una reunión extraordinaria con el fin de oir a Andreas Libau (Libavius) leer su ensayo sobre el aurum potabile.
Este Libavius , médico y profesor en Coburgo, hizo dar realmente un paso hacía adelante a la Química con su Alchymia (Francfort, 1 565) y se considera generalmente como el primer tratado sistemático de la ciencia.
Se dice que disponía de un suntuoso laboratorio, provisto, no sólo de todos los requisitos necesarios para la experimentación química, sino también de todos los medios de entretener a los huéspedes visitantes, incluso alindamientos, como baños, corredores cubiertos para poder hacer ejercicio en los (días inclementes, y bien provistos cuartos para beber».
Él descubrió el cloruro de estaño, la acetona, analizó por medio de la balanza las aguas minerales, escribió una farmacopea de la ciudad (1606) y fué uno de los primeros en recomendar la transfusión de la sangre (1615).
Su Alckymia se divide en dos partes: la primera se ocupa de las operaciones químicas del laboratorio, incluyendo los instrumentos y hornillos; la segunda parte contiene exactas y sistemáticas descripciones de las substancias químicas. De esta segunda parte se consagran no menos de 80 páginas a la piedra filosofal.
Otro notable carácter de la terapéutica de este siglo es el largo número de preparaciones privadas o de propiedad particular (específicos). Merecen especial mención entre las nuestras las pildoras de Scot (Grana Angélica), compuestas por Patrick Anderson (1635), de áloes, jalapa, gutagarnba y anís (las modernas píldoras de áloes y mirra), que, según Wootton, seguían patentadas con éxito hasta 1876, y eran siempre muy solicitadas en las boticas. Las pildoras catárticas de John Pechey eran anunciadas a un chelín seis peniques la caja en tiempo de Sydenham.
El bálsamo tranquilo, compuesto de hierbas por un capuchino del Louvre, era recomendado por madame Sévigné (15 de diciembre de 1684); el bálsamo de Fioravanti, otra tintura vegetal de la época, continúa figurando en el Codex francés.
También sigue haciéndose el elixir de Daffy. Las gotas holandesas, o aceite de Haarlem, una mixtura de aceite de trementina con otros ingredientes, ha seguido usándose, desde 1672, como un «medicamento» o rutina preventiva déla enfermedad.
Carlos II daba a cualquiera de 5.000 a 15.000 chelines por la fórmula de las «gotas de Goddard», recomendadas por Sydenham, y que se decía estar hechas de seda cruda. El agua de los carmelitas (eau de Melisse des Carmes), un cordial aromático hecho en la farmacia de los Carmelitas Descalzos, cerca del Luxemburgo, en 1611, ha sido patentado hasta 1791 y vendido hasta 1840.
La sal de Seignette (sal polychrestum), inventada hacia 1672 y un secreto hasta 1731, era sal de Rochelle.
La fórmula de las llamadas pildoras de Francfort, un laxante popular de áloes y ruibarbo, llamadas también pildoras de Beyer, o pilulae angelicae, fué transmitida por su inventor, Johann Hartmann Beyer (1 563-1625), de Francfort, a Jacob Flosser, boticario del Cisne Blanco, en 1578, y transmitida sucesivamente a otros boticarios hasta muy avanzado el siglo en cuestión . }
Las pildoras de un imaginado doctor lmmanuel («Dios con nosotros»), de Nuremberg, eran usadas desde 1638 como un cúralo-todo, especialmente, cuando había amenaza de peste. El ungüento dorado para los ojos, de Singlenton, es descripto en las crónicas de Wootton como el más antiguo remedio secreto vendido en Inglaterra, y sigue siendo propiedad privada.
Algún tiempo antes de 1630 la condesa de Chinchón, virreina del Perú, fué curada de la fiebre palúdica en Lima por la administración de la corteza de la quina, que era de largo tiempo conocida por los indios del Perú y que fué traída a Europa por los jesuítas en 1632, y posteriormente por Juan de Vigo. «Ningún otro acontecimiento— dice Neuburger—ha trastornado tanto los sistemas escolásticos corrientes en Medicina como el descubrimiento de los polvos de los jesuítas.»
Ramazzini dice que la quina ha sido en Medicina lo que la pólvora fué para la guerra. El hecho de que ella curase rápidamente las prolongadas intermitentes, para las cuales se habían empleado por espacio de meses los viejos remedios, y en el tiempo de expulsar los «humores corrompidos», era el final del galenismo en la práctica médica.
Ha sido introducida en la práctica inglesa por Sydenham y Morton, y su aplicación ha servido para diferenciar la fiebre palúdica de otras infecciones febriles, y a Torti para separar las formas perniciosas que no podían ser dominadas por ella. La misma ha sido primeramente mencionada como «igpecaya», por un fraile portugués en Purchas «Peregrinos» (1625), y llevada a París en 1672.
Hacia 1680 comenzó a ser administrada, como un remedio secreto contra la disentería, por Helvetius, y, a instancias de Luis XIV, el secreto fué experimentado y comprado por el Gobierno francés en 20.000 francos en 1688. La droga ha tenido cada vez más importancia hasta el descubrimiento de la emetina (1910).
El antimonio ha tenido una fama extraordinaria en el siglo XVII por el hecho de que el tártaro emético había curado en 1657 a Luis XVI de una grave enfermedad. El tártaro emético ha sido descripto en primer término por Adrián Mynsicht en 1631, e identificado con los polvos del conde de Warwick (1620).
El kermes mineral, descubierto por Glauber, era un remidió secreto, con el nombre de polvo de los cartujos (pendres des Chartres), por el cual pagó Luis XIV una elevada suma en 1720. Las copas de antimonio focula emética) eran de uso común en Alemania; pero desaparecieron hacia el final de la centuria.
En 1646 Athanasius Kircher descubrió otro género de copa de madera, enviadas a él por los jesuítas de Méjico, que coloreaban el agua que en ellas era echada de un tono azul obscuro, capaz de una fluorescencia como la del camaleón
Este era celebrado lignum nephriticum, primeramente mencionado por Nicolás Monardes (1565) v por Francisco Hernández (1577) como un notable diurético para los trastornos renales e hidrópicos. Caspar Bauhin ha descrito una copa Bemejante en 1610, y en 1663 Robert Boyle hace un cuidadoso estudio de fenómeno colorante.
En 1915 W. E. Safford demostró que el lignum nephriticum se obtiene de dos especies; a saber: Eysenhardtiapolystacha, Jípalo dulce de Méjico, que ha sido examinado por Boyle, y el Pterocarpus indica, un árbol grande de Filipinas del cual estarían, probablemente, hechas las copas de Kircher y de Bauhin.
Fuente del escrito: Historia de la Medicina, de Fielding Garrison